“¿Pero dónde van a ir ahora, si son las cuatro de la tarde y a las seis y media es de noche? No se creen problemas y duerman hoy aquí. Mañana andarán lo que les apetezca”. El hombre tiene la cara curtida por los zarpazos de la montaña, y enfatiza su argumento disparando a bocajarro: “Además, viene una tormenta”.
Es 12 de abril de 2010, estamos en Besishahar, al este de Pokhara, preparados para emprender nuestra mayor aventura. Vamos a hacer el circuito de los Annapurnas. Subiremos hasta los 5.400 metros del paso de montaña de Thorung La –solo el nombre da miedito- y retornaremos triunfales, si hay suerte, quince días después al valle de Pokhara. El lobo estepario tendrá razón, seguro. Pero lo cierto es que no nos queremos quedar allí. No tenemos nada contra Besishahar, pero hay ansiedad por estar en “El camino”. Unas inesperadas huelgas nos han retrasado dos días. Y además, aquel hombre dirá lo que quiera, pero el cielo está limpio como una patena.
La primera jornada que suele hacer todo el mundo es desde Besishahar hasta Bahudanda, que está 17 kilómetros después. Nosotros nos conformaremos, le decimos, con llegar a Bhulbulé, a medio camino. Y además lo haremos ligeros y sin detenernos por nada del mundo, prometido. Aún así, el tipo frunce el ceño, y por un momento pienso que nos va a prohibir la entrada. Pero se rinde: “Hagan lo que quieran, pero yo no iría”. Vamos.
Desde los primeros pasos nos acompaña, y ya no dejará de hacerlo hasta casi el final, el cauce del Marsyangdi, que significa “río furioso”, y que suele hacer las delicias de los aficionados al rafting por la bravura de sus aguas procedentes del deshielo.
El tipo frunce el ceño, y por un momento pienso que nos va a prohibir la entrada. Pero se rinde: “Hagan lo que quieran, pero yo no iría”. Vamos.
Sin embargo, en esta primera etapa el paisaje es feo, porque los nepalíes, que son extremadamente exigentes con la protección del entorno, horadan sin contemplaciones la piedra en busca de los valiosos cuarzos que vender en el siempre dispuesto mercado indio. De todas formas tampoco estamos para fotos. Cae la noche y aquel tipo tenía razón: el cielo se ha puesto negro.
Justo antes de que desaparezca la luz empieza a llover. Poco al principio, la tormenta es más de rayos. Un viento formidable acompaña los truenos y empieza a caer de verdad… cuando al fin llegamos, con sonrisa triunfal, a Bhulbulé. Hemos hecho el tramo en menos de dos horas, cuando, según la guía, deberíamos haber tardado tres. Salvados por la campana. Nos alojamos en una bonita posada llamada Throang La Guest House, que está totalmente a oscuras por la tormenta. Después de la cena, cuando amaina el vendaval, salimos a mirar estrellas. Con esta oscuridad el cielo es un espectáculo.
Dia 2: Hoy hay que andar 15 kilómetros hasta llegar a Jagat, a 1.300 metros de altura. Hemos amanecido tarde, así que cuando echamos a andar, pasadas las 9, ya no queda nadie en la posada. Para desayunar café instantáneo –malo- y muesli con leche, buena combinación para ponerse las pilas.
Vamos alegres y frescos, así que adelantamos a buena parte de los que durmieron en nuestra posada y salieron al alba. De repente, cuando estábamos ya convencidos de que sería otro día de paisajes feos, ha aparecido a lo lejos el pico nevado del Manaslu. Esta montaña majestuosa, la octava del mundo con 8.156 metros de altura, tiene fama de malvada y traicionera. De hecho, según nos cuentan, uno de cada tres hombres que ha conseguido coronarla se ha dejado la vida en el intento. La información viene de los guías y porteadores nepalíes contratados por otros caminantes. Por diez euros al día te llevan la mochila. Aunque si podéis hacerlo vosotros…
Esta montaña majestuosa, la octava del mundo con 8.156 metros de altura, tiene fama de malvada y traicionera. De hecho, según nos cuentan, uno de cada tres hombres que ha conseguido coronarla se ha dejado la vida en el intento.
Cuando se ve tan cercano, rodeado de negras nubes aterradoras, el Manaslu acogota. Luego las nubes lo cubren y el encantamiento desaparece. Atravesamos un bonito valle y otra población, Ghermu, en la que el precio del agua ya comienza a dispararse –ya hemos dicho aquí que es muy conveniente llevar pastillas potabilizadoras-. Emprendemos al fin la ascensión final del día hasta Jagat. Cuestas trepadas que desembocan en un pueblo como han de ser ya la mayoría en la montaña: una calle larga y unas cuantas casas a cada lado, todas ellas, casi sin excepción, dispuestas para alojar viajeros de una noche. Otra vez llega a la tarde la lluvia, y otra vez no hay luz. Hoy estamos cansados, nos acostamos pronto.
Dia 3: El esfuerzo va a más. Hoy caminamos siete horas, hasta una localidad llamada Bagarchap que ya está a 2.100 metros de altura. Una cosa insignificante aquí, en el país de los colosos, pero os recuerdo que Navacerrada está a 1.800.Es un día duro porque la subida es constante, pero precioso. Las laderas están salpicadas de pinos y el río sube y baja creando gargantas en cada giro de colinas. En una de ellas cruzamos un puente colgante interminable en el que conté 152 pasos. Y cuando paramos a comer hablé largo rato con un chaval nepalí. Se llama Kalu, tiene 16 años y acude cada día al pueblo más cercano a las clases de un maestro. Dice que no saldrá nunca de las montañas y que quiere ser guía, aunque si puede montará una guest house. Le preguntamos si tiene novia, o si sus padres le han dicho ya con quién se va a casar, y nos da un no rotundo: “A mi novia la elegiré yo”. En la habitación había una tarántula gigante. Me pregunto si atacan a las personas que duermen, pero aún así la hemos matado, y me da pena. A la casa donde nos alojamos han llegado unos muchachos israelíes. Son muchos los viajeros de ese país que estamos cruzando. Y sorprende. De madrugada miro estrellas porque la oscuridad es cada vez mayor. Con ellas os dejo por hoy. Seguimos pronto.