El menú más barato del mundo

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Viajar al Tibet y no visitar un monasterio budista es como estar en Port Aventura y no subirse al Dragon Khan o ir a «Lucio» por primera vez y no pedir unos huevos rotos. La ventaja de pasar unos días en Lhasa antes de adentrarse en la cordillera del Himalaya -además de aclimatarse gradualmente a la altitud, que no supone ninguna tontería- es que en las proximidades de la capital del Tibet se sitúan tres de los más importantes: Drepung, Sera y Ganden.

Pero estos templos de espiritualidad (perfectamente preparados para mostrarse al turista y recaudar de paso unos cuantos yuanes) no deben engañar al visitante. Además de centros religiosos, han aglutinado a lo largo de los años la resistencia al Gobierno chino. Son en buena medida, por tanto, depositarios del orgullo nacional que no quiere asistir impasible a su progresiva (y quizá inevitable) disolución. Las historias de monjes que han sido torturados por oponerse a los designios de Pekín, por protagonizar algaradas callejeras o simplemente por atreverse a exhibir fotografías del Dalai Lama, son abundantes. Basta con rastrear en internet (algunas denuncias, incluso, han llegado a la Audiencia Nacional reclamando justicia).

Como el Potala sigue cerrado, la mejor opción es dedicar el día a visitar los monasterios de Drepung y Sera. Ganden, el más alejado de Lhasa, queda descartado por cuestión de tiempo. En Drepung, desde donde se divisan unas espectaculares vistas del altiplano tibetano rodeado de montañas de 5.000 metros, las cifras lo dicen todo. Donde antes convivían 10.000 monjes ahora sólo lo hacen 700. El monasterio se levanta en una de las colinas que circundan Lhasa, a casi 3.900 metros de altitud. En su interior huele a humedad, a mantequilla rancia de yak, a ropa sin lavar, a oscuridad. En las diferentes estancias reposan varias imágenes de Buda, a cual más impresionante y los enterramientos de cuatro Dalai Lama (del segundo al quinto) y de viejas glorias de Drepung (monjes ilustres de reencarnaciones sorprendentes).

Para un profano, todo es sorprendente. El ambiente es místico y opresivo a la vez. El viajero se siente un intruso entre el ir y venir de fieles que llevan con mimo sus ofrendas, bolsitas con mantequilla de yak y una cucharilla para alimentar las lamparillas de aceite de las diferentes capillas. Murmuran sus oraciones, resuena el omnipresente «Om mani padme hum». Todos ellos, por humildes que sean (que lo son todos) aprietan con una mano un fajo de jiaos (billetes de un céntimo de euro más o menos). Se los llevan a la frente, hacen una ligera reverencia ante la imagen de buda y los introducen pacientemente en los más insospechados intersticios de los altares o en las paredes del templo.
Algunos, mucho más prácticos, se lo acercan al monje que, con las piernas cruzadas sobre un jergón, se entretiene en ir contando billetes. Una imagen muy alejada del misticismo que se le presupone a los monjes budistas. Si por fortuna da con un yuan, lo aparta, y mientras tanto va haciendo fajos de jiaos para dar cambio a los peregrinos o a los turistas que no llevan suelto.
Estos monjes tienen otra función meramente recaudadora: cobrar a los visitantes entre diez y 30 yuanes por foto. No se les escapa una.

Los fieles pasan por debajo encogidos para impregnarse de su santidad. Intento emularlos con el mayor de los respetos, pero el pasadizo es demasiado bajo y me doy un doloroso golpe en la frente.

En una de las capillas, una rata está encaramada a un vaso de té semivacío (una ofrenda más). En otra, ahora cerrada, se prohíbe expresamente la entrada a las mujeres. Las estanterías están llenas de libros de oración, tablillas de madera talladas con hasta diez siglos a sus espaldas. Los más solicitados son los que supuestamente utilizó Buda para rezar. Los fieles pasan por debajo encogidos para impregnarse de su santidad. Intento emularlos con el mayor de los respetos, pero el pasadizo es demasiado bajo y me doy un doloroso golpe en la frente.

En otra de las estancias, las mujeres traen a sus hijos para bautizarlos. Miran primero a los ojos a la imponente estatua de Buda y susurran el nombre de su vástago mientras introducen su cabeza en una cavidad situada en la base de la estatua. Hay una considerable fila de devotos apretujados para venerar la imagen. Tenzing, nuestro guía, no está dispuesto a esperar y, a una indicación suya, el monje de turno detiene la hilera para colarnos, algo que no me hace nada feliz mientras nos postramos con respeto. Resuena el eterno «Om mani» y los molinillos de oración no dejan de girar. La atmósfera, a ojos del extraño, es un tanto irreal, como si nos hubiésemos colado en un documental de La 2 de madrugada, y más cuando nos introducen en la sala donde los monjes, arrodillados sobre unas esteras, repiten sus plegarias haciendo caso omiso a nuestra presencia.

Recuperando el resuello a cielo abierto, hacemos el kora pese a que Tenzing, con prisas, intenta desanimarnos con argumentos que cree contundentes. El recorrido, insiste, es bastante duro y cuesta una hora completarlo, aunque él, deja caer, lo suele hacer en media. Con estos antecedentes, y contrariado por nuestra insistencia, intenta asfixiarnos en los primeros minutos con un ritmo endiablado por las cuestas flanqueadas de molinillos giratorios y banderolas que flamean al viento. A 4.000 metros, cualquier esfuerzo extra no es ninguna tontería, pero uno tiene su amor propio y el paseo espiritual deriva en una gynkana. Al final, completamos el kora del monasterio en 35 minutos. No hay turistas. Se lo apunto. «Aquí no vienen, van al monasterio y se bajan», musita mientras intentamos acompasar de nuevo la respiración.

Como hemos abierto el apetito, nos sentamos en la terraza del comedor del monasterio rodeados de las azafranadas túnicas de los monjes. El menú no es muy variado -arroz y momos (una especie de empanadillas de carne de yak), dos litros de agua y un par de tazas de té-, pero sí económico: 14 yuanes, algo así como un euro y medio. Sin duda, el menú más barato de toda mi vida.

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Comentarios (6)

  • ana

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    Qué interesante. La verdad es que nunca había leído ningún artículo en el que se presentaran a los monjes budistas como contadores de fajos de billetes…

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  • ricardo

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    Obviamente, es una anécdota, pero la verdad es que sorprende verlos en cuclillas contando billetes en la penumbra. Se desvanece todo el misticismo del lugar…

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  • María

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    Estarás compasivamente purificado tras escribir el mantra… Y nosotros por leerlo… Muy interesante Richi, y clarificador sobre los monjes tibetanos. Pese a tu desmitificación, son admirables en otros aspectos, no?

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  • Ricardo Coarasa

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    Esta claro Mary, aunque solo sea por como se resisten a ser engullidos por el dragon chino.. Y espiritualmente, por supuesto, son gente de una riquisima vida interior, pero eso no quita para que descuiden las propinas

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  • Voyager

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    Increíble! un euro nada mas?… muy buen post amigo!

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