Este post se publicó en Viajesalpasado en julio de 2012. En honor a Nelson Mandela y la que esperamos que sea una nueva y sorprendente recuperación, lo recuperamos para nuestros lectores.
La próxima vez que escriba un post en esta revista estaré ya en África. Retorno al lugar del que nunca me fui. Extraña sensación la de estos meses de estar sin estar, de irme sin ir. Y en este impasse de espera que es siempre la previa a un largo viaje, sin billete de vuelta y que durará lo que yo dure, he vuelto a ver una película que siempre me ha acompañado: Invictus. La vi antes de marcharme a vivir a Sudáfrica en 2010 y allí la volví a ver en varias ocasiones por mi fascinación por el personaje. Sólo por la escena en la que se repite el poema de William Ernest Henley en la celda de Mandela merece la pena verla unas cuantas veces.
Un escrito que habla de la misma épica y resistencia a las adversidades que narra el poema
Sin embargo, leyendo sobre el tema descubrí que la película de Clint Eastwood se había permitido una licencia que modifica la realidad. Un juego con la historia y las palabras. El afamado texto que entrega Nelson Mandela al capitán de rugby de la selección sudafricana, Francois Pienaar, no es el poema Invictus, que da nombre a la película, sino un fragmento de un discurso del presidente americano Theodore Roosvelt que realizó en la Sorbona de Paris el 23 de abril de 1910. Un escrito que habla de la misma épica y resistencia a las adversidades que narra el poema. Una lírica para elegidos, para los destinados a hacer grandes cosas por encima de sus límites. El texto se titula “Man in the Arena” (hombre en la arena) y dice así:
Man in the Arena
“No importan las críticas; ni aquellos que muestran las carencias de los hombres, o en qué ocasiones aquellos que hicieron algo podrían haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece a los hombres que se encuentran en la arena, con los rostros manchados de polvo, sudor y sangre; aquellos que perseveran con valentía; aquellos que yerran, que dan un traspié tras otro, ya que no hay ninguna victoria sin tropiezo, esfuerzo sin error ni defecto. Aquellos que realmente se empeñan en lograr su cometido; quienes conocen el entusiasmo, la devoción; aquellos que se entregan a una noble causa; quienes en el mejor de los casos encuentran al final el triunfo inherente al logro grandioso; y que en el peor de los casos, si fracasan, al menos caerán con la frente bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas que, frías y tímidas, no conocen ni victoria ni fracaso”.
El reconocimiento pertenece a los hombres que se encuentran en la arena, con los rostros manchados de polvo, sudor y sangre
¿Y entonces por qué en la película se habla de Invictus? Porque era el poema favorito de Mandela que leía repetidamente en su larga estancia en la prisión de Robben Island. Un antídoto contra la flaqueza y el miedo. Una forma de convencerse de que sólo se gana cuando se está dispuesto a ir perdiendo como él. Sé que me pasará, como me ha pasado estos años, por empatía no por sufrimiento, que en algún momento estaré andando por algún lugar y entretendré mi mente intentando recordar estos versos. Entonces me acordaré de Mandela, de aquella lejana sesión en un cine de Madrid y sonreiré.
En medio de la noche que me cubre,
negra como el abismo de polo a polo,
agradezco a cualquier dios que pudiera existir
por mi alma inconquistable.
En las feroces garras de las circunstancias
no me he lamentado ni he llorado.
Bajo los golpes del azar
mi cabeza sangra, pero no se doblega.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
se acerca inminente el Horror de la sombra,
y aun así la amenaza de los años
me encuentra y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecha sea la puerta,
cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.
Original en Inglés
Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.