Jouni: ¿el último saami de Laponia?

Por: Daniel Landa

El lago Inari se nos presentó como una fábula, con sus bosques dorados, sus cabañas de cuento y sus aguas refrescando viejas leyendas de duendes y elfos. Estábamos al norte de cualquier sur, más allá del Círculo Polar Ártico. En los confines de Finlandia apenas llega el eco de esa cultura europea que se empeña en acelerar el paso, en trazar avenidas y desterrar la calma. No, aquí te golpea con violencia la sensación de paz, si es que es posible tal paradoja.

Nos instalamos, en el hostal Inari, en la localidad de Inari, a orillas del lago Inari y nos quedó claro desde el principio que sus habitantes no se vuelven locos buscando nombres.

El otoño estaba a punto de salir huyendo y las hojas de los árboles temblaban ya en un amarillo brillante, llorando la llegada inminente del invierno. Nosotros veníamos desde España con la intención de encontrar el rastro de los saamis, pero en Laponia, la tradición indígena no se halla siguiendo el tam tam de los tambores. Aquí hay que seguir la estela de los museos, donde es posible conocer esta cultura por lo que fue, ya que la esencia de algunos pueblos se entiende mejor con fotos en blanco y negro.

El lago Inari se nos presentó como una fábula, con sus bosques dorados, sus cabañas de cuento y sus aguas refrescando viejas leyendas de duendes y elfos.

El museo Siida representa el legado de los saamis, con trajes tradicionales en sus vitrinas, tambores de piel pintada y antiguos trineos. Es como una caja fuerte para la memoria de los saamis, porque más allá de las paredes del museo, el folclore se reduce a tiendas de regalos o a cabañas dispuestas para el turismo. Y no es una crítica.

Los pueblos indígenas del planeta se adaptan al cambio, sacrifican el romanticismo más primitivo y preservan como pueden el legado de sus antepasados. Una familia  saami nos recibió en una tienda tradicional. Nos ofrecieron carne de reno junto a un fuego y nos regalaron algunas canciones en su lengua. Fue un espejismo agradable pero la realidad chocaba con su chalet de dos plantas a pocos metros de allí, con sus coches caros y sus centros comerciales para el fin de semana.

Visitamos poco después al presidente del Parlamento Saami, Pekka Akio, un tipo muy amable que nos habló con el discurso propio de la política, de los derechos de su pueblo, de sus planes de futuro y de sus cosas de político.

Como si no pudiera renunciar a su condición de hombre del bosque se alejó un momento para comer bayas silvestres, arrancando ramas mientras miraba la posición del sol

Hablamos con un comerciante saami de pieles de reno, con un antropólogo italiano y con diferentes lugareños, en busca de una historia que retratara, hoy, la cultura de este pueblo. Y lo cierto es que todos coincidieron en un nombre: Jouni.

Dicen de él que es el primero en cruzar las aguas del lago cuando se congela y el último en salir a pescar antes del invierno. Dicen que conoce hasta el último recodo del bosque, que le gusta desaparecer de vez en cuando y que incluso ha tenido que enfrentarse a un oso. Dicen que es tal vez el último saami de Laponia.

Jouni nos recibió fumando, con la mirada de un marinero solitario, duro, recio y sin embargo tenía la risa fácil, una combinación que me inspiró confianza. No hablaba inglés y su mujer tuvo que hacer de intérprete, aunque tuve la sensación de que tampoco hablaba en finés más de lo necesario. Atravesamos el lago en un barco envejecido que encajaba con la fama de pescador veterano de su dueño.

Atracamos en un lugar que parecía no haber sido hollado jamás por un ser humano. Una isla virgen, sin el murmullo de otros barcos, sin sendas donde orientarse. Allí, Jouni encendió un fuego y como si no pudiera renunciar a su condición de hombre del bosque se alejó un momento para comer bayas silvestres, arrancando ramas mientras miraba la posición del sol. Luego se tumbó para observar su lago. No sé sentó, no, se tumbó con la naturalidad de quien se acomoda en el hogar.

Nos contó el día en que un oso le atacó. Hoy es sólo un recuerdo en forma de cicatriz, “zarpazos de la vida” pareció pensar.

Poco después, le pregunté si él era el último saami de Laponia. Se encogió de hombros con una carcajada, pero en sus ojos cansados de tanto invierno se reflejaba la nostalgia al recordar los viejos tiempos. Nos contó cómo nació en una cabaña, cómo aprendió a capturar renos y cómo pasaban el invierno, sin calefacción. También nos contó el día en que un oso le atacó. Hoy es sólo un recuerdo en forma de cicatriz, “zarpazos de la vida” pareció pensar. No había ni un atisbo de arrogancia en sus hazañas y tampoco se lamentó en su soledad de saami.

Cuando le pregunté si era feliz soltó otra carcajada, larga y limpia. Luego dijo “sí”.

Como ya no tenía más que decir salimos a pescar. El agua estaba helada, pero él retiraba las redes con calma, incluso con cariño. Se encendía un cigarro mientras se apagaba el sol y luego seguía con sus redes. Si no fuera porque tenía que devolvernos a puerto, estoy seguro de que hubiera seguido pescando, toda la tarde, toda la noche, toda la vida en paz con sus bosques, sin pensar que nadie se adentra ya en los bosques, ni recorre el lago en octubre. Sin pensar que tal vez es el último de todos.

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Comentarios (1)

  • Lydia

    |

    Me encanta la imagen de Jouni tumbado. Resume todo lo que has contado sobre él. Es la imagen de una persona a gusto con su vida, feliz, que ama su entorno.

    La canción tiene un punto melancólico. He conocido a algunos finlandeses y se arrancaban a cantar con facilidad. La característica común de todas las melodías era la melancolía.

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