Malawi: el lago de las estrellas

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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El sol se oculta sobre una masa de agua quieta. Se desploma pintando el cielo de tonos rojizos y azules, casi violetas. He colocado el trípode de la cámara y retrato esos 20 últimos minutos mágicos que tiene cada atardecer. Cruzan frente a mi objetivo algunas pequeñas barcas de madera de pescadores que se pierden en el horizonte. A mi izquierda veo algunas barcazas de mayor tamaño repletas de gente que vuelven al poblado. En realidad el comentario es inexacto, más que verlas las escucho primero. Escucho las voces de unas decenas de personas que cantan, cantan sobre las aguas del lago. Su voz tiene ese sonido de las canciones africanas, melancólico, triste. Cantan con el estómago más que con la garganta. Vuelvo la mirada al frente, el sol desaparece. Uno de los atardeceres más bellos que he contemplado en mi vida. Se hace de noche y aparecen entonces pequeñas luces, fogonazos, y entiendo el apodo de este lugar: lago de las estrellas. Su autor es su descubridor (para occidente), el escocés David Livingstone.

Escucho las voces de unas decenas de personas que cantan, cantan sobre las aguas del lago. Su voz tiene ese sonido de las canciones africanas, melancólico, triste

El Lago Malawi es uno de los mitos de la geografía africana. En 1859, Livingstone fue el primer europeo en llegar a este mar de agua dulce anclado en el sur de África (el más largo del continente, 560 kilómetros, y el octavo del mundo). El piadoso descubridor bautizó entonces este lugar como “lago de las estrellas” por las luces que llevaban los pescadores que salían con sus barcas por la noche a pescar en sus aguas. Las mismas que siglo y medio después se contemplan desde la orilla, salpicando de fogonazos de luz la oscuridad. Allí, sentado, mirando aquella inmensidad, pienso en las veces que escruté este punto en los mapas y siento una felicidad serena, la felicidad del que descubre: “Por fin estoy aquí”.

El piadoso descubridor bautizó entonces este lugar como “lago de las estrellas” por las luces que llevaban los pescadores que salían con sus barcas por la noche a pescar en sus agua

Para llegar al Malawi tuvimos que sortear de noche una última dura carretera de tierra de cerca de 100 kilómetros. El gps nos despistó y elegimos el camino equivocado. Equivocado para los tiempos y comodidades, pero muy interesante por lo que nos enseñó a sus lados. Nos impacto la vida de aquel camino. Uno piensa que en el África sin electricidad las aldeas se apagan con los ritmos del sol. Generalmente es así, el fuego se convierte en su televisor que contemplar antes de irse a dormir, pero aquella carretera nos descubrió mucha vida. Gente paseando junto a la vía andando o en bicicleta. Mucha. Demasiada para un sitio en el que hicimos varias veces la prueba de quitar las luces del vehículo y comprobar que no se veía absolutamente nada.

Llegamos por fin a Monkey Bay. Nos alojamos en un el Mufasa Lodge, un backpacker barato, sin luz, a la orilla de una cala idílica. A la mañana siguiente salimos a explorar el entorno para nuestro viaje de agosto. Llegamos a Venice Beach, una enorme playa en la que encontramos otro backpacker en el que tomar una cerveza. Había mucho más allí. A los dos lados del hotel de mochileros la playa estaba atestada de mujeres lavando la ropa, pescadores que cosían sus redes, niños que jugaban en la orilla, barcas que salían a pescar… Dani sacó su cámara de video, tiene un don especial para camelarse a la gente, filmarla, crear alegría en el entorno. La postal era idílica como pronto descubriríamos que pasa en cada rincón del Malawi.

Navegamos con un catamarán; buceamos entre un sorprendente fondo acuático plagado de peces de colores

Luego nos fuimos a Cape Maclear, otra población del lago llena de pequeñas casas, viven cerca de 10.000 personas, que asoman a las aguas. Allí creó Livingstone una misión, que precede a esta ciudad, llamada entonces “Livingstonia Mission”. Nosotros nos quedamos en el Eagle´s Nest Lodge, un hotel con cabañas y zona de acampada. Plantamos nuestras tiendas sobre un montículo desde el que hay unas bonitas vistas. Pasamos allí tres maravillosas noches en las que descubrimos fabulosas playas; observamos la vida de una gente que encuentra en esa enorme masa de agua su esencia; contemplamos el más esperpéntico acuario que hayamos visto en nuestra vida, el del Parque Nacional, con vitrinas sin agua ni peces y sólo unas cuantos animales disecados; navegamos con un catamarán; buceamos entre un sorprendente fondo acuático plagado de peces de colores; miramos el ir y venir de las endebles barcas de madera; bebimos hasta hacer de noche la noche ante el silencio de las aguas y una luna llena; compramos algo de artesanía; escuchamos a un grupo de niños cargados de ilusión tocar sus artesanales instrumentos; nos reímos a carcajadas en conversaciones espontáneas con una gente que es especialmente afable . Así pasaron cuatro días inolvidables en medio de un lugar que te atrapa, del que nunca te quieres ir. ¿Quién puede querer marcharse de un lago de estrellas?

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