Menonitas: prófugos del siglo XXI

Navegábamos el río Nuevo que atraviesa las selvas de Belice, en busca de las pirámides de Lamanai. Los cocodrilos se retiraban chapoteando a nuestro paso, los cormoranes secaban sus alas al sol y los lagartos se camuflaban en la maleza. Lo que ninguno de nosotros esperaba descubrir aquí era a los mismísimos Huckleberry Finn y Tom Sawyer.

En un recodo del río aparecieron. Detrás de ellos, un caballo amarrado a un carruaje del siglo XIX. Se subieron a una barca minúscula, apenas un trozo de madera con un motor prehistórico. Y así remontaron el río en silencio. En realidad eran tres. Vestían camisa de cuadros, pantalones con peto de carpintero y un sombrero de paja. Eran rubios y nos miraban con ojos de curiosidad cristalina. Nos observamos durante el instante que dura la colisión cultural, el salto del tiempo que nos situó por primera vez frente a los menonitas.

Nos observamos durante el instante que dura la colisión cultural, el salto del tiempo que nos situó por primera vez frente a los menonitas.

Menno Simons fue un sacerdote holandés del siglo XVI que acabó desvinculándose de la Iglesia Católica por la marcada jerarquía de la institución. Simons se unió a los anabaptistas pacifistas que creían en la libertad personal del creyente y por lo tanto consideraban más justo realizar el bautismo en edad adulta. Eso fue en 1536 y como al ser humano le gusta tanto identificarse con un grupo, los seguidores de esta reforma pasaron a llamarse menonitas y comenzaron a matizar sus credos. En algún momento decidieron que en realidad, la forma más coherente de ser cristiano era lejos de otros cristianos y eso les llevó a los campos de Rusia primero, a Ucrania, a Canadá y a Estados Unidos, donde coincidieron con los Amish, los granjeros de la película “El único testigo”, aún más radicales y más austeros que los menonitas. Después emigraron a México y Centroamérica y aquí, en un recodo de un río de la selva de Belice, por pura casualidad, los encontramos nosotros.

Al día siguiente, después de visitar las ruinas mayas, decidimos acercarnos a la aldea donde se refugian de la selva, del presente y de los hombres, 700 menonitas. Por caminos de tierra circulaban los carruajes. Las mujeres llevaban los vestidos de nuestras tatarabuelas, cubiertas desde el cuello a los tobillos, indiferentes al calor del trópico. Varios adolescentes trabajaban en la serrería, para cortar maderos con los que construir las mismas casas que construían sus antepasados hace cuatro siglos. Son granjeros y agricultores, familiares casi todos, pues nadie se une en espíritu a un pagano y un menonita se casa con un menonita o deja de serlo. Para los niños éramos la «novedad», un concepto que irán aprendiendo a evitar, pues en esta sociedad se sobrevive huyendo del tiempo, como prófugos del siglo XXI.

En todo ven maldad porque el progreso es, a su entender, una herramienta del diablo.

Han transformado las palmeras y las plantas salvajes en cultivos de papaya, han ordenado el paisaje y domesticado los caballos. Los menonitas han convertido la jungla en un fortín habitable contra el extranjero. Son pacíficos, amables y pacientes, pero desconfían del mundo. En todo ven maldad porque el progreso es, a su entender, una herramienta del diablo. Nosotros fuimos bienvenidos y no les importó concedernos una entrevista. Conversé con Abraham, uno de los referentes de esa aldea, un hombre sencillo, que hablaba un español con marcado acento anglosajón pese a que hubiera nacido en Belice (aunque la lengua oficial es el inglés, la gran mayoría de los habitantes habla español).

En su opinión el pecado está por todas partes, acechando. Por eso es mejor esconderse, por eso es mejor inventar una realidad, anclarse en el tiempo, negarse a avanzar. Internet es una amenaza para al espíritu, huya, querido lector, abandone este relato. Y por cierto, sepa usted, que según los menonitas, viajar por el mundo es también una invitación al pecado. Por eso procuran no moverse.

Pobres menonitas.

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Comentarios (7)

  • Laura

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    Increíble! que puedan mantenerse aislados dentro de este mundo tan globalizado y que sean tan reticentes al progreso, a los avances y además vean el mal en todo esto.
    No se puede vivir de espaldas al mundo y a lo que sucede en él, si realmente se quiere transformar y hacerlo mejor. El aislamiento y la cerrazón mental provocan pobreza de espíritu y ahí si que puede residir la intolerancia y la maldad.

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  • Lydia

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    Una lástima. La de cosas que se están perdiendo. En una población tan reducida seguro que hay endogamia. Esto, unido a su aislamiento del mundo, no puede traer nada bueno. ¡Con lo que se aprende viajando!
    Ese empeño en vivir anclados en el pasado impide tener perspectiva y fomenta la intolerancia.
    Es todo un logro que os permitieran grabarles y hacer la entrevista, puesto que simbolizáis «el mal que viene del exterior».
    Muy buena tu observación de que si Dios hubiera tenido Internet, tal vez todo el mundo sería cristiano, pero también tenía respuesta para eso.

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  • espe

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    ¿y los indigenas que habitaban esas zonas? ¿que ha pasado con ellos desde la llegada de los menonitas? ¿preguntasteis como los tratan?
    en fin

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  • Mirta

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    En Guatraché, Prov. de Buenos Aires, Argentina, hay tambien una población de menonitas.

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  • Mayte

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    He visto el episodio hoy, esta tarde (bueno… y ayer viernes también porque lo mío por este documental es vicio). De los menonitas me ha llamado la atención su indumentaria; esos petos tan característicos y sobre todo su tez tan sumamente blanca, esa languidez de raíces holandesas en mitad del entorno caribeño. Una gozada este capítulo en el que da envidia veros zambullir en el cenote, con el calor que hace estos días en esta Castilla nuestra Daniel, los arrecifes de coral, esas imágenes nocturnas con tortugas en playas de Costa Rica, el paseo en canoa al estilo de los kuna , todo es frescor. .. hasta ver bailar a los garifunas en Livingston, vaya ritmo, y creemos que sabemos movernos en clase di zumba!

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  • Daniel Landa

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    Pues la verdad, Mayte, es que el capítulo del Caribe tiene algo de aire acondicionado. Lo que daría yo por estar allí ahora buceando en los cenotes…

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  • Mayte

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    Daniel, es lógico que añores aquellas aguas, y no sólo refrescarse en los cenotes,…esos azules y turquesas de Cayos Cochinos, o disfrutar de aquella vegetación incluso en los ríos. En esta Tierra de Campos nuestrani con tormentas como la de hoy logramos aliviar este calor

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