Monterey: sardinas sin ira

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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El escritor estadounidense John Steinbeck describió un Monterey de fábricas de conservas y prostíbulos, de buscavidas y jóvenes en busca del sueño americano. La ciudad californiana, a lo que se ve, se lo tomó con sentido del humor y no parece guardarle rencor: bautizó los muelles con el nombre de una de sus novelas, “Cannery Row”, y el autor de “Las uvas de la ira” y “Al este del edén” tiene en la localidad costera un museo en su memoria, el National Steinbeck Center.

En Monterey me detuve unas horas camino de Carmel, donde quería visitar la misión levantada por el mallorquín Fray Junípero Serra, el evangelizador de California, pero me subí al autobús equivocado. El conductor no dejaba de hacer paradas, a cual más irritante, en la ruta del Gran Sur, una de las más panorámicas de la costa oeste. Un mirador sobre el Pacífico, un bar desolado de carretera, un mercado de frutas y hortalizas… Llegamos a Carmel de noche y la misión estaba cerrada. Me hubiera comido al conductor en ese momento, pero no lo tenía a mano. En cualquier caso, ésa es otra historia.

Steinbeck describió un Monterey de fábricas de conservas y prostíbulos, de buscavidas y jóvenes en busca del sueño americano

Nos costó llegar casi cuatro horas a la primera capital de California, fundada por los españoles en 1770, luego mexicana y posteriormente entregada a manos estadounidenses a mediados del siglo XIX. El autobús iba medio vacío. Apenas una veintena de pasajeros. Todos enfilaron el camino hacia el Monterey Bay Aquarium, uno de los más grandes del país. No nos apetecía ver peces.

Estábamos en pleno Cannery Row, el epicentro de la novela de Steinbeck, y el cuerpo me pedía echar a andar en busca de esa nostalgia, de esa “aureola de decadencia” (en palabras del propio premio Nobel) en la que se sumió la zona a finales de los años 50 al irse a pique la industria conservera, cuando las 235.000 toneladas de sardinas al año eran ya un sueño roto. Sencillamente, habían esquilmado toda la bahía de Monterey. La industria conservera, que había sobrevivido a la Gran Depresión y a dos guerras mundiales sucumbió víctima de su propia codicia.

Todos los pasajeros del autobús enfilaron el camino hacia el Monterey Bay Aquarium, uno de los más grandes del país. No nos apetecía ver peces

Los americanos, muy dados a sobreponerse a los fracasos, reinventaron la antigua Ocean View Boulevard. Ya no “retumba y gime y grita y traquetea mientras que los ríos de plata de pescados se vierten dentro de los barcos”. Las fábricas de conserva, los prostíbulos como el de la entrañable Dora de la novela, han entregado el testigo a galerías de arte, restaurantes de marisco, galerías comerciales y teatros. El rostro airado del actor Clint Eastwood, que fue alcalde del vecino Carmel, asoma por la ventana de un comercio. Monterey es hoy un destino turístico de primer orden y Cannery Row es uno de sus principales atractivos. Pero su aspecto, aunque remozado, sigue evocando una aureola de esa “edad de oro de la sardina” y algunos edificios de entonces todavía se conservan.

El cuerpo me pedía echar a andar en busca de esa “aureola de decadencia” en la que se sumió Cannery Row cuando la industria conservera se vino a pique

Dejando a nuestras espaldas Cannery Row paseamos por Fisherman´s Wharf, que en otros tiempos albergó una de las flotas pesqueras más voluminosas de Estados Unidos. Los embarcaderos, con sus miradores que parecen suspendidos sobre el azul del Pacífico, resultan familiares, quizá porque los hemos visto en decenas de películas. Hay por aquí un Bubba Gump que parece visita obligada para los fanáticos de Forrest Gump. Yo, que ni siquiera he visto la película, pasé de largo.

En estos muelles, construidos por reclusos a mediados del siglo XIX, los leones marinos reclaman su ración de pescado a los turistas como mascotas mal acostumbradas. Los graznidos de las gaviotas acompañan nuestros pasos. En un viejo embarcadero, sobre un bloque de hormigón, decenas de pájaros negros como estatuas parecen esperar un Hitchock que les rescate del anonimato.

Sobre un bloque de hormigón, decenas de pájaros negros como estatuas parecen esperar un Hitchock que les rescate del anonimato

En San Carlos Beach, una de las playas más populares de Monterey, hacemos un alto para dar cuenta de los sandwiches que hemos rapiñado, previsores, en el desayuno del hotel. A las tres de la tarde, el autobús reanuda su camino rumbo a Carmel. Toca volver sobre nuestros pasos en dirección a Cannery Row, el paraíso de la sardina que inspiró a Steinbeck. Sardinas sin ira.

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Comentarios (2)

  • diego

    |

    genial retrato de la ciudad, Ricardo

    como apasionado de Steinbeck a uno le viene a la cabeza cómo siempre comienza describiendo su valle en las novelas y las historias tan humanas y genial contadas. Es imposible separar a Steinbeck de Monterrey y mucho menos de California.Y si te desquiciaste en autobús te recomiendo una novela de él (quizá la hayas leído ya), «El autobús perdido», una aventura en viaje en un día muy lluvioso.

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  • Ricardo Coarasa

    |

    Gracias por la recomendación Diego, sobre todo viniendo de un incondicional de Steinbeck como tú. No lo he leído, pero lo buscaré. Ya sabes que nació muy cerca de Monterey, en Salinas, así que el Pacífico le corría por las venas. Abz

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