Navegando el río Napo: Amazonia en peligro

Por: Gerardo Bartolomé (texto y fotos)
Previous Image
Next Image

info heading

info content

Si hay algo que resalta en un mapa de Sudamérica es una enorme mancha verde que ocupa casi la mitad de este subcontinente. La Amazonia evoca imágenes de peligros y aventuras en la mente de cualquier viajero, un reto difícil de evadir. Uno se imagina una selva tupida hasta más allá del horizonte, extraños animales, peligrosos insectos, fiebres desconocidas y tribus aborígenes que eluden la civilización. Todo eso sigue siendo cierto, pero también que el progreso de la civilización ha puesto en jaque a este gigante.

En mi paso por Ecuador no pude (ni quise) oponerme al llamado de la selva

En mi paso por Ecuador no pude (ni quise) oponerme al llamado de la selva. Sin dudarlo, adaptamos nuestro recorrido por ese país a fin de conocer esa región. Elegimos una parte muy particular de la Amazonia, aquella que se encuentra al pie de los Andes. El recorrido comenzó en la ciudad de Baños que, con sus 1.800 metros de altitud, se encuentras a mitad de camino entre el altiplano y la llanura amazónica. En esta interesante ciudad, el río Pastaza corre encajonado dejando que la gravedad lleve sus tormentosas aguas mucho más abajo, a la selva tropical. Dejamos atrás al humeante volcán Tungurahua siguiendo el camino que bordea al río mientras admirábamos las cascadas que caían desde los cerros.

Mientras las curvas del camino no dejaban de zarandearnos, las montañas lucían una vegetación cada vez más frondosa. Finalmente, cuando mi gps indicaba 400 metros de altitud llegamos a una planicie. Habíamos terminado nuestro descenso de los Andes. Al dejar atrás el asfalto el camino se hizo tan malo que apenas podíamos avanzar a 30 kilómetros por hora. Tardamos varias horas en alcanzar Punta Ahuano, el lugar desde donde partía la canoa que nos llevaba a La casa del suizo, un lodge que alterna los beneficios de la civilización con una integración al hábitat selvático.

Mientras la canoa avanzaba me imaginaba que algunos siglos atrás un grupo quéchua habría colonizado esta parte de la selva, quizás descendiendo de las montañas por el río Pastaza

Una vez que dejamos nuestro equipaje en la cabaña, salimos a explorar las cercanías, un verdadero paraíso para los amantes de la naturaleza. Por la tarde nos asignaron un guía y una canoa para hacer un recorrido mucho más extenso en la zona.

Mientras navegábamos las aguas del río Napo el muchacho nos hablaba de la región. Era de familia aborigen y su idioma materno era el quichua, muy parecido al quechua que se habla en el altiplano andino. Esta etnia, vinculada a los incas, ocupa una pequeña región de la Amazonia (o Amazonía, como le dicen en Ecuador), ya que la enorme mayoría de la selva amazónica está habitada por etnias ligadas a los indios guaraníes. Los quichuas, si bien llevan un estilo de vida parecido a las demás tribus amazónicas, tienen un origen, un idioma y un aspecto físico muy distintos.

Mientras escuchaba esto recordaba que el poblamiento de Sudamérica, unos 15.000 años atrás, se dio por dos vertientes. Un grupo pobló hacia el sur avanzando por el altiplano del oeste del continente mientras que otro lo hizo por las llanuras selváticas del centro y este de Sudamérica. Hasta el norte y centro argentino se notan estas dos vertientes, bien diferenciadas, que habitaron el sur de América. Mientras la canoa avanzaba me imaginaba que algunos siglos atrás un grupo quéchua habría colonizado esta parte de la selva, quizás descendiendo de las montañas por el río Pastaza, el mismo camino que habíamos recorrido nosotros.

La inmensidad de selva se perdía en el horizonte. Hicimos silencio y dejamos que llegaran a nosotros sus sonidos

Nos detuvimos en un recodo y de un salto bajamos a la costa barrosa. Iniciamos una caminata en la que nos deteníamos cada tanto para que el muchacho nos mostrara plantas y árboles autóctonos y nos hablara de sus particularidades. Un árbol que camina, una diminuta rana venenosa, el escondite de una enorme araña, hojas con poderes curativos o alucinógenos…Delante nuestro pasaban maravillas de la selva que nunca hubiéramos notado si no nos acompañaba un guía idóneo. Al cabo de unos 40 minutos llegamos a un punto alto desde el cual teníamos una vista espectacular. La inmensidad de selva se perdía en el horizonte. Hicimos silencio y dejamos que llegaran a nosotros sus sonidos. A lo lejos me pareció escuchar un aullido de mono. “¿Hay muchos animales?”, pregunté. La respuesta me sorprendió: “Quedan pocos.”

Mientras continuábamos en la canoa, rumbo a un refugio de animales, el guía me explicó que la caza estaba diezmando a la fauna del lugar. “A pesar de que está prohibido, la gente de la zona caza”. Si bien la población lugareña se había acostumbrado a consumir los animales de granja que ellos mismo criaban, en sus tradiciones seguía muy arraigado la costumbre de comer animales salvajes en ciertos eventos. “Monos, ocelotes, perezosos… todos tienen una manera especial de ser cocinados”. Eso me hizo recordar una frase de gaucho argentino que dice: “Todo bicho que camina va a parar al asador”. La población de la zona había crecido mucho en los últimos años, por lo que los animales de la selva eran cada vez más difíciles de encontrar.

En Ecuador el principal peligro era otro: el petróleo. Acababan de hallar petróleo en la selva ecuatoriana

Ya de vuelta en la casa del suizo, me quedé pensando en esa fabulosa selva amazónica y las amenazas que la acechaban. Por haber vivido en Brasil sabía que allí la agricultura y la búsqueda de oro eran los principales motivos por los que miles de kilómetros cuadrados eran deforestados años tras año. Pero en Ecuador estaba leyendo que el principal peligro era otro: el petróleo. Acababan de hallar petróleo en la selva ecuatoriana.

Al día siguiente teníamos una interesante bajada por el río Napo, pero no en canoa ni en bote, sino flotando… ¡en un neumático! A los franceses que nos acompañaban les preocupaban las pirañas, pero a mí me interesaba saber por qué las aguas del río Napo eran tanto más calientes que el Pastaza que viene de las montañas. El guía me explicó que la cuenca del Napo está enteramente en la Amazonia, donde rara vez la temperatura baja de los 30 grados. ¡Al agua!

Al día siguiente teníamos una interesante bajada por el río Napo, pero no en canoa ni en bote, sino flotando… ¡en un neumático!

Mientras nos dejábamos llevar por las aguas, desfilaba frente a nosotros la imponente selva. Mi mente volvió sobre la principal amenaza de esta zona. Por lo que había leído, la explotación del petróleo selvático no sólo acarrea el desmonte de larguísimos callejones por donde corren los ductos… ¡Eso es lo de menos! El verdadero drama radica en que los oleoductos siempre tienen pequeñas pérdidas que, en la selva, rara vez son atendidas. Esos derrames se van acumulando formando lagunas negras que no solo impregnan la napa sino que, mucho peor, encuentran su camino hacia algún arroyo y, de allí, a los ríos principales.

Por un segundo, mi mente me hizo imaginar que flotaba frente a una costa marcada por una franja negra donde los cormoranes costeros morían empetrolados. Por suerte, nada de eso era cierto y, flotando y flotando, volvimos a la casa del suizo.

Los dos días habían pasado rapidísimo y ya la canoa del guía nos dejaba en el embarcadero donde habíamos dejado el auto. Mientras me despedía me vino a la cabeza una frase de un viajero: “Estuvimos el tiempo suficiente para saber todo las maravillas que nos estábamos perdiendo.”

Al poner el auto en marcha volví a pensar en el petróleo y en cómo para unos su hallazgo es una bendición y, para otros, una maldición.

Y mis lectores… ¿qué opinan? ¿Bendición o maldición?

  • Share

Escribe un comentario