Queda bendecido este coche

Por: Juan Ignacio Sánchez

Uno de los placeres no confesados de los turistas en Asia es asomarse a los templos, llamados Wat, y ver a los monjes, con sus vestidos naranjas y sus cabezas peladas al cero, recitar mantras sin agotarse mientras se sientan en posturas imposibles y se inclinan tropecientas mil veces ante la imagen del Buda que preside el templo (para los no iniciados, los mantras son frases, pensamientos, o ideas que, supuestamente, liberan la mente y generan estados de profunda meditación).

Es curioso, porque, vistas de cerca, las ceremonias budistas, a pesar de tener mucho más colorido, en realidad guardan bastante parecido con las de la Iglesia cristiana. Y mientras a casi nadie, en Europa, le da por asomarse a una Iglesia, aquí parece ser como una atracción de lo más llamativa.

El caso es que ayer estábamos Ro y yo paseando por las calles de Luang Prabang, una de esas ciudades místicas, Patrimonio de la Humanidad, por cierto, que tienen casi más templos que restaurantes, cuando vimos el comienzo de una ceremonia. Nos sentamos en la parte de atrás del templo y curioseamos mientras una familia preparaba la llegada de los monjes. Agua, una especie de refresco de sésamo que hemos probado y no recomendamos, y mirindas para todos… Sí, sí, mirindas, como las que se servían hace treinta años en cualquier bar de Madrid. En Laos, uno de los países más pobres del mundo, todavía triunfan.

Llegaron al fin los monjes. Adoptaron su postura del loto, y entonces todos los miembros de la familia empezaron a pasarse una cuerda blanca por entre los hombros, enlazándose con los monjes… Lo curioso es que sacaron la cuerda a la calle y la pasaron también por los dos coches con los que habían llegado al templo. Yo pensé que se trataría de una especie de comunión de alguno de los más pequeños…

Empezaron los cánticos. Los niños, como en cualquier lugar del mundo, rápidamente perdieron la atención y se pusieron a corretear…los extranjeros curiosos hacíamos fotos….y de repente, como unos 20 minutos después, todo paró y empezaron a repartirse mirindas. A nosotros, quizá por nuestra constancia (casi todos los turistas se iban después de hacer la foto) también nos tocó. Hay que decir que esta gente es de lo más atenta.

Luego, el patriarca de la familia empezó a distribuir velas entre los más jóvenes. A cada uno del tamaño de su cabeza y de la longitud de su brazo. Una cosa de lo más curiosa. Después, todas las velas se las dieron al monje que oficiaba la ceremonia, quién a su vez leyó unas frases de un libro mientras la familia las repetía. Lo dicho, recordaba mucho a una misa.
Por fin todo acabó, los monjes se fueron a sus casas con sus refrescos en la mano, y yo me acerqué a preguntar al patriarca qué tipo de ceremonia había sido ésa… “Es que la familia se ha comprado un coche nuevo, y queríamos bendecirlo”, me explicaron.
Chocante, ¿no? Tradición y modernidad juntas. ¿Se imaginan al cura del pueblo diciendo: “Bendice señor este coche que se acaban de comprar los Gómez, y haz que no tengan accidentes con él. Amén”.

Pues así son las cosas aquí. Un espíritu y 16 válvulas. Y mientras recogían, el monje, que fue el último en irse, miraba su teléfono móvil, quién sabe si esperando confirmación divina de que las plegarias habían surtido efecto… Lo dicho, ¡qué modernos son estos tradicionales!

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Comentarios (3)

  • ricardo

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    Juancho, ¿y qué pensaría un laosiano si pasase el día de San Antonio por la parroquia del mismo nombre en Chueca y viese al sacerdote bendiciendo con su hisopo a perros, gatos y hasta cerdos… ¡Se llevaria las manos a la cabeza!

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  • Javier

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    Jajajaja. Genial!!!

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  • Antonio

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    Que buena Juancho, asi da gusto ya contaras en persona todas esas aventuras y vivencias un abrazo y sigue disfrutando

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