Reconstruyendo a Machado en Soria

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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El tren avanza por la llanura castellana con vaivenes de otro tiempo, de cuando ni siquiera soñábamos el AVE. El revisor, de indumentaria anacrónica, pide los billetes como antaño. Una mujer de campo, cesta en mano, recita versos de Antonio Machado. Como el poeta un siglo atrás, aunque ya no sobre la madera de un vagón de tercera, nos dirigimos a Soria en ferrocarril. Es el trayecto inaugural del tren Campos de Castilla, que acerca a los viajeros desde Madrid las vivencias y la obra de Machado en tierras sorianas.

Guadalajara, Sigüenza, Almazán… “El tren, al caminar, siempre nos hace soñar”. Y Soria al fin, la ciudad a la que llegó el poeta en mayo de 1907 tras obtener cátedra para impartir clases de francés en su instituto; la ciudad a la que escandalizó al casarse con una adolescente, Leonor Izquierdo, de 15 años; la ciudad donde encontró la miel y la hiel, “Soria fría, Soria pura, cabeza de Extremadura, con su castillo guerrero arruinado sobre el Duero”.

Caminamos esas riberas de álamos dorados que el poeta frecuentó hasta San Saturio, la ermita que se yergue sobre el río como un estandarte de roca y silencio

¿Dónde buscamos a Machado en Soria? ¿Dónde encontrarnos con sus versos que acarician el alma y zarandean los sentimientos? A orillas del Duero, en primer lugar, desde luego. Caminamos esas riberas de álamos dorados que el poeta frecuentó entre San Polo y San Saturio, la ermita que se yergue sobre el río como un estandarte de roca y silencio, un espectro vigilante en esta primavera fría, “humilde como el sueño de un bendito”.

“Álamos de las márgenes del Duero, conmigo váis, mi corazón os lleva”

Desde la gruta donde vivió el ermitaño allá por el siglo VII, situada en las entrañas del templo, hogar de santeros durante centurias, el Duero centellea a nuestros pies lamiendo la sierra de Santa Ana, moldeando el paisaje y el carácter de las gentes sorianas. Junto a la tumba de San Saturio, allí donde le enterró su fiel discípulo Prudencio, las jóvenes casamenteras todavía acuden a esta capilla a buscar alfileres bajo el manto de la imagen de Santa Ana, presagio de boda segura. Quienes hasta aquí se acerquen escucharán seguro la historia de un milagro, la del niño de 6 años que, en 1772, cayó barranco abajo desde una ventana y al que encontraron ileso de rodillas junto al Duero. ¿Qué sería de un santuario sin su ración de leyendas y milagros a cuestas?

San Juan de Duero es sin duda un rincón mágico, un remanso donde ver declinar esas “tardes tranquilas” de “montes de violeta»

Sin abandonar las orillas del río, por las que discurre un sendero señalizado que huye de prisas y sobresaltos, nos dirigimos ahora al monasterio de San Juan de Duero, a los pies del enigmático Monte de las Ánimas. El original claustro del antiguo cenobio de la orden de San Juan de Jerusalén, amalgama de estilos arquitectónicos, está huérfano de techumbre y se abre al cielo castellano con la insolencia de sus muchos años. Es éste sin duda un rincón mágico, un remanso donde ver declinar esas “tardes tranquilas” de “montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra”.

Cuenta la leyenda que cada noche de difuntos en el monte cercano vagan las almas de los caballeros templarios aquí enterrados, un relato que no desanimó al joven Alonso, impelido por su enamorada Beatriz, a buscar en ese monte, precisamente la noche del 31 de octubre, un pañuelo que había perdido. Alonso nunca regresó pero Beatriz se despertó en su cama a la mañana siguiente junto al pañuelo ensangrentado, enloqueciendo para los restos según unos, muriendo al instante de la impresión según otro grande de las letras, Gustavo Adolfo Bécquer, quien inmortalizó esta leyenda, rubricada por el espectro de una mujer de cabellos alborotados que todavía, de vez en cuando, es sorprendida rondando la tumba de Alonso:

“¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas… ¡las ánimas!”

Todavía con la desgarradora historia de Beatriz y Alonso retando al sentido común, echamos pie a tierra por el centro de Soria donde un busto de Machado de gesto taciturno (plaza del Vergel), separado sólo unos metros de la estatua del joven poeta sentado, nos recibe en el instituto donde impartió clases de francés, que lleva su nombre (Aduana Vieja, 12). Todavía se conserva el aula donde el maestro Machado (reñido con la docencia, que no le apasionaba precisamente) enseñaba a sus alumnos la lengua de Moliere.

Cuando el poeta canta a Soria y sus paisajes, uno nunca sabe muy bien si lo hace a la ciudad o a su niña musa

Muy cerca de aquí, se encontraban las dos pensiones en las que se alojó Machado (la primera en el número 54 de la calle Collado; en el número 7 de la calle Estudios la segunda, donde ahora hay una bocatería). En esta última, regentada por Isabel Cuevas y Ceferino Izquierdo, conoció a su hija Leonor, una adolescente de 13 años de la que se enamoró sin remisión, escandalizando a la tradicional sociedad soriana de la época. Dos años después, en julio de 1909, se casaron. Fue uno de los peores días de su vida, “un verdadero martirio”, pues arreciaron los improperios de un paisanaje disconforme con el enlace por la diferencia de edad entre los contrayentes (Machado tenía 35 años). Su amor por Leonor fue de tal intensidad que, cuando el poeta canta a Soria y sus paisajes, uno nunca sabe muy bien si lo hace a la ciudad o a su niña musa.

Los poemas de Machado resuenan en al aula con la rotundidad de las llanuras castellanas, despojados de artificios, transparentes, profundos en su aparente sencillez. Las maderas del suelo crujen mientras el soriano Pepe Sanz recita en el silencio donde ya sólo está el poeta y sus versos, su verdad desnuda. Y su fe en “otro milagro de la primavera” ante la efímera mejoría de su esposa, gravemente enferma de tuberculosis en 1911.

“Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido”

Antes de abandonar Soria siguiendo la estela de Machado conviene acercarse a dos lugares donde el poeta también dejó su impronta: el casino o Círculo Amistad, del que fue socio y en el que se puede visitar la Casa de los Poetas (que rinde memoria, también, a Bécquer y Gerardo Diego) y el Mirón, una de las atalayas más privilegiadas sobre el Duero y la ciudad, frecuentada en sus paseos por el matrimonio, donde para conmemorar el centenario de la llegada de Machado a Soria se levantó hace unos años una evocadora estatua en lo alto del cerro, en el conocido como Mirador de los Cuatro Vientos.

La última visita debe llevarnos al cementerio del Espino, donde está enterrada Leonor, fallecida en agosto de 1912

Y, por supuesto, la última visita debe llevarnos al cementerio del Espino, donde está enterrada Leonor, fallecida en agosto de 1912. “Una noche de verano -estaba abierto el balcón y la puerta de mi casa- la muerte en mi casa entró”. Un adiós que acarreó también el de Machado, que se despidió de Soria prácticamente para siempre (salvo una fugaz visita veinte años después para recibir una distinción). Aunque no pudo olvidarse de sus paisajes ni, por supuesto, de su amada, como demuestran los versos que escribió, ya desde la distancia, a su amigo José María Palacio:

“Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al espino, al alto Espino donde está su tierra…”

Los pasos de Machado nos llevan, como colofón, a la Laguna Negra, a los pies del pico Urbión, en las mismas fuentes del Duero, adonde el poeta se dirigió (primero en coche correo y después, a caballo) en el otoño de 1910, un viaje que alumbró “La tierra de Alvargonzález”, el sobrecogedor relato de los hijos que matan a su padre para heredar su hacienda, tirando su cadáver a la laguna, “agua transparente y muda”.

“En la laguna sin fondo al padre muerto arrojaron. No duerme bajo la tierra el que la tierra ha labrado”

A una hora de la capital soriana, a este impresionante circo glaciar se llega prácticamente en coche (a Machado le llevó tres días), salvo cinco minutos de caminata final por un sendero acondicionado para los visitantes (hasta con barandillas de madera). Creo que un lugar tan magnífico se merecería un mayor esfuerzo, pero bienvenidas sean las facilidades si sirven para difundir la belleza de esta laguna, “agua imposible que guarda en su seno las estrellas”. Quien quiera subir a pie, de todos modos, puede hacerlo por una variante del sendero ibérico soriano (GR-86). Este escenario natural es un inmejorable colofón a la ruta de Machado por tierras sorianas, de una belleza tan rotunda como la de sus versos.

Más información sobre la ruta de Machado y el tren Campos de Castilla (de mayo a noviembre) en www.soriavacaciones.es o en el 975 232 252.

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Comentarios (4)

  • Lydia

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    Mi primer recuerdo de Soria, (era muy pequeña) es una enorme rebanada de pan con una mantequilla deliciosa, en la cocina del hostal donde pasamos la noche.
    Me ha encantado este artículo porque me ha hecho revivir mi viaje a Soria, ya de adulta.
    Aparte de la capital, recorrí varios pueblos.
    Me acompañaba constantemente, una enorme sensación de paz, de tranquilidad, de sosiego.
    Fui un mes de julio y por suerte para mí, no encontré aglomeraciones en ninguna parte. Disfruté de sus iglesias románicas, sus diferentes paisajes, su gente…
    Cuando visité la Laguna Negra, entendí al instante porqué hay tantas leyendas e historias inspiradas en ella.
    Este recorrido figura entre los que quiero repetir.

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  • ricardo coarasa

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    Gracias Lydia, los sabores y los olores de la infancia no se olvidan nunca ¿verdad? Me encanta que hayas revivido tu estancia en Soria a través de este reportaje. Muchas gracias por seguirnos. Un saludo

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  • Álvaro Aceña

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    Gracias, hermano de mi amiga, por haber sabido plasmar de manera tan acertada lo que otros no acertamos a describir de lo que significa para nosotros esa tierra.

    Geniales las fotos y fantástico tu relato.

    Me he sentido leyéndolo como cada vez que estoy por allí.

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  • ricardo coarasa

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    Suele pasar, Álvaro. A mí también me cuesta hablar con distancia de mi tierra. Me da un cierto pudor. Así que me alegro de haber sido capaz de plasmar tus emociones y sensaciones respecto a Soria y si, de paso, este reportaje sirve para difundir más sus muchos atractivos, mejor que mejor. Abz y gracias

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