Varanasi: los olores del Ganghes

Por: Katiana Marí Reynés (texto y fotos)
Previous Image
Next Image

info heading

info content

Viajando en tren pasaba la vida enmarcada en la ventanilla del vagón como escenas de una película que se suceden rápidamente. Unos niños corrían por las vías intentando alcanzar el tren, un hombre saludaba con la mano a mi paso, unas señoras ataviadas con unos saris elegantísimos arrastraban sus maletas en la estación… Todo parecía suceder en un tiempo paralelo, como si el mío hubiera quedado suspendido en el aire. Unas nueve horas después de partir llegué a Varanasi y, desde entonces, mi capacidad de asombro no ha vuelto a ser la misma.

Varanasi es la ciudad más sagrada del hinduismo, tan antigua como el mundo. Nació en los albores de la historia y, como el agua del Ganghes que fluye por ella, siempre permanece aunque nunca es la misma. La ciudad se extiende a partir del río Ganghes con una primera línea de más de cinco kilómetros de gaths, los muelles escalonados donde se realizan las abluciones purificadoras del karma. Detrás de los gaths, a lo largo de la media luna que forma el río sagrado, se abarrotan en dudoso orden templos, pagodas, palacios suntuosos y hoteluchos. Por la orilla deambulan centenares de ancianos y moribundos que acuden desde toda India para esperar la muerte, fieles a la creencia de que morir en esta ciudad sagrada libera el alma del ciclo terrenal de las reencarnaciones.

Por la orilla deambulan centenares de ancianos y moribundos que acuden desde toda India para esperar la muerte

Ansiosa por descargar la mochila y darme una buena ducha, me alojé en una pensión frente al Ganghes, cerca de los principales gaths, y subí a la habitación. Entré a oscuras en medio de uno de los frecuentes apagones de luz y, al abrir el balcón, la habitación se inundó de arrolladora luz matinal y una suave brisa empezó a mecer las cortinas. Afuera, el Ganghes seguía su curso ajeno a una turista que, desde el balcón de su habitación, contemplaba maravillada el constante fluir de las barcazas, la espesa humareda de las piras funerarias, los sadhus con la mirada perdida en el infinito… Era mediodía, apenas hacía una hora que acababa de llegar, y en ese momento supe que nunca olvidaría mis días en Varanasi.

Después de comer apresuradamente, me acerqué a un barquero de los que se apostaban frente a la pensión a la espera de turistas y le pedí que me paseara a lo largo del río durante un par de horas hasta el gath Manikarnika, donde tienen lugar la mayoría de las cremaciones. Al llegar el barquero atracó allí mismo, ante la luz de las llamas y bajo las columnas de humo que ascendían constantemente hacia el cielo desde las piras funerarias.

Al abrir el balcón, la habitación se inundó de arrolladora luz matinal y una suave brisa empezó a mecer las cortinas

Ya de lejos, la imagen impactaba. Los hindúes se despedían de familiares y amigos sin muestras de dolor, sin escenas desgarradoras, ni lágrimas ni lamentos, únicamente contemplación en serenidad y silencio. El fuego consumía la carne y alumbraba el alma hasta el fin de los eternos ciclos de las reencarnaciones, del morir y resurgir una y otra vez. Cuando el cuerpo ya se había incinerado, se apagaban las hogueras y se echaban las cenizas al rio. La muerte es tan sólo un paso más de la vida y la esencia del ser humano, más profunda y permanente que los diferentes cuerpos en que habita.

Pude ver sin dificultad, bajo una ligera capa de humo, unos pies quemándose en la pira separados del resto de un cuerpo completamente incinerado. Esa estremecedora imagen se quedó un buen rato revoloteando en mi cabeza. Y, sin embargo, nada de eso me resultó triste o desagradable. Inexplicablemente, Varanasi rezuma vitalidad. Más que la muerte, presentí que se estaba celebrando la vida, una sensación contradictoria y extraña que difícilmente pueda expresarse con palabras.

El fuego consumía la carne y alumbraba el alma hasta el fin de los eternos ciclos de las reencarnaciones

Quien haya presenciado un atardecer en Varanasi nunca lo podrá olvidar. Cuando el sol desaparece en el horizonte, los dioses hinduistas nos llaman con abrumadores tañidos de campanas y frenéticos cantos de mantras. Al oír este llamamiento, los sadhus, los ascetas que han renunciado a las ataduras mundanas, surgen de todos los rincones a orillas del Ganghes con el cuerpo cubierto de ceniza. Lanzan al río ofrendas florales y velas flotantes que se juntan y separan formando efímeras constelaciones que navegan río abajo. Yo también quise agradecerle esos momentos a la madre Ganghes y le compré a una niñita una vela y guirnaldas de flores para lanzarlas al río. Las ofrendas llameantes siguieron la corriente hasta que las perdí de vista, con la esperanza de que, al verlas, algún pequeño dios hinduista se acordara de mí.

Lanzan al río ofrendas florales y velas flotantes que se juntan y separan formando efímeras constelaciones que navegan río abajo

Ya casi estaba regresando a la pensión cuando pasé de casualidad por el gath Dashashwamedh, donde diariamente se celebra, durante el crepúsculo, la Ganga Aarti. Al verme entre el público, un brahmán vino enseguida hacia mí para untarme la frente de tilak (pasta de sándalo) y así, convenientemente embadurnada, disfruté de esa fascinante ceremonia mezclada entre la gente y simulando ser una hindú más, aunque en realidad era una turista perpleja incapaz de descifrar ese extraño ritual milenario. Al ritmo de tambores, mantras y campanas, la ceremonia se prolongó a medida que la oscuridad envolvía esta ciudad hecha de fervor y de esperanza.

A las seis de la mañana ya estaba de nuevo navegando el río a contracorriente. El sol se abría paso ente la negritud de la noche y, poco a poco, iluminaba los ghats con un intenso resplandor dorado acrecentado por el reflejo del agua. En la bruma del amanecer se difuminaba el trasiego de embarcaciones que cruzaban a la otra orilla. Las barcazas iban cargadas de leña, papayas y algún turista somnoliento. Mientras tanto, en los gaths una multitud entraba y salía del agua constantemente. Los primeros rayos del sol matinal habían convocado a miles de personas a orillas del río para realizar, como cada día, el ritual purificador de las abluciones. Unos se bañaban, otros se lavaban los saris, había incluso quien aprovechaba para asearse mientras saludaba al alba con las manos alzadas en rezo. Se respiraba un aire antiguo y remoto, impregnado de espiritualidad y envuelto por cánticos de mantras y música de cítaras. Yo, mientras tanto, estaba desbordada de sensaciones.

Varanasi es una reliquia de los primeros días del hombre, aunque su estela de santidad se desvanezca antes que el humo del sándalo y se esconda bajo una capa de polvo y cochambre

Poco después, sobre las nueve de la mañana, cuando el sol ya brillaba resplandeciente, toda esa congregación de gente se esfumó. En poco tiempo, las orillas del Ganghes volvieron al sosiego habitual, aunque pequeñas partículas de magia seguían flotando suspendidas en el aire. Entonces me descubrí a mí misma con una sonrisa de felicidad y emocionada por haber vivido todo aquello.

Varanasi es una reliquia de los primeros días del hombre que 3.000 años después sigue latiendo a un ritmo intemporal, aunque su estela de santidad se desvanezca antes que el humo del sándalo y se esconda bajo una capa de polvo y cochambre, haciéndola invisible para el más escéptico. El impacto para los sentidos fue abrumador, tanto que aún hoy, mucho tiempo después, sigo notando al recordarlo ese olor a muerte, a cloaca, a sándalo… y a vida.

  • Share

Comentarios (9)

  • Javier

    |

    Genial artículo, has explicado estupendamente toda la espiritualidad que se respira en Vanarasi. Estuve allí hace unos años y suscribo cada una de tus palabras.

    Contestar

  • Carlos L

    |

    Buen artículo Katiana. Como comenta Javier has descrito muy bien la atmósfera y el encanto de Benares. India y muy especialmente Benares te penetra por los sentidos y quizá sea el olor que tu comentas lo que más recuerdo de esta ciudad milenaria. Enhorabuena

    Contestar

  • Neus

    |

    El poder de la escritura no es otro que el de evocar imágenes no vividas. Enhorabuena por el artículo. Es brillante.

    Contestar

  • Palom

    |

    Qué maravilla apoderarme de un tiempo y un espacio ajenos…

    Contestar

  • Jon

    |

    Guauu!! Leyendolo parece que esté paseando por Benares y resipirando ese aire cargado después de las cremaciones. Un sitio sorprendente que no deja indiferente a ningún viajero.
    Enhorabuena por el artículo!

    Contestar

  • M. José M

    |

    Exquisito relato, gracias por trasladarnos

    Contestar

  • Elena

    |

    Me ha encantado el artículo, no he estado nunca en la ciudad pero gracias a ti parece que haya también paseado por allí y que haya estado presente en las cremaciones.
    Un saludo

    Contestar

  • Katiana

    |

    Muchas gracias por vuestras bonitas palabras.
    Carlos y Jon, es curioso que os hayáis referido a Benarés. Me estuve informando y, si bien Varanasi es el nombre oficial, realmente Benarés es el nombre con el que siempre solemos llamar a la ciudad sagrada. Un saludo.

    Contestar

  • Antonia Salas Ximelis

    |

    Con tu relato he revivido mi estancia en Varanasi y me ha hecho sentir nuevamente esa sensación indescriptible que sentí cuando estuve allí.
    Gracias Katiana.

    Contestar

Escribe un comentario