Zhangmu: la deconstrucción del aventurero

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Nos despedimos de Tingri desayunando unas galletas caducadas hace año y medio mientras una mujer en cuclillas escurre con las manos la fregona con la que está limpiando el suelo del bar. Dos mil metros más abajo, en la frontera con Nepal, está Zhangmu, que promete, esta vez sí, una habitación en condiciones. El comienzo del viaje no es alentador. El todoterreno empieza a acusar los kilómetros y el motor se cala continuamente, una afonía que nos obliga a arrancarlo en marcha una y otra vez.

El cómodo asfalto sólo dura un par de minutos. Luego tierra, polvo, piedras y más piedras. La pista empieza a empinarse en el pueblo de Gytso hasta coronar, una hora después, el Lalung-la, a 5.124 metros de altitud, casi 3.000 más arriba que Zhangmu. Más vale que las pastillas de los frenos no nos den un disgusto. Una vez en la cima, donde paramos cinco minutos, “Macario”, el conductor, nos pide una aspirina para mitigar el dolor de cabeza. Es un consuelo pensar que a ellos también les zarandea el mal de altura. En el Tong-la, un poco más adelante, nos despedimos de los ochomiles con el Cho Oyu y el Everest en la distancia. Estamos dejando atrás el país de las nieves y ese adiós deja un poso de pesadumbre en mi corazón.

El descenso es muy pronunciado y el todoterreno abandona de vez en cuando la pista para lanzarse en picado por un atajo. La sensación de peligro es un vaivén que cosquillea la sensatez que, a estas alturas de viaje, todavía emerge de vez en cuando. Los excrementos de yak están alineados en los márgenes, secándose al sol, como si fueran un hatillo de leña, que en realidad son, pues se utilizarán como combustible.

Tunel de lavado en plena carretera

Poco antes de Nyalam tenemos que pasar un chek-point rutinario. Hasta Zhangmu quedan apenas 30 kilómetros y ¡1.500 metros de desnivel! Pasamos villorrios de casas de piedra encaladas con mierda de yak. La vegetación es cada vez más exuberante a medida que descendemos por desfiladeros imposibles, salvando torronteras que desaguan en plena carretera. Cuando aminoramos la marcha, el motor deja de rugir. “Macario” aprovecha una cascada para limpiar el todoterreno. Sin mayores miramientos, detiene el vehículo en el carril contrario, bajo la cortina de agua, y lo frota sin demasiado mimo con un trapo deshilachado. Es lo más parecido a un túnel de lavado que hay por aquí. Nadie se inmuta. Ni siquiera nos pitan los escasos 4X4 que ascienden camino del altiplano tibetano.
Antes de llegar a Zhangmu (Khasa en nepalí y Dram en tibetano) nos detienen en otro chek-point. El soldado chino está dicharachero y pega la hebra con nosotros, sorprendido por las carabelas de Colón que decoran el pasaporte. No estamos para reír sus chascarrillos en un inglés que apenas entiendo, así que sorteado el trámite, continuamos hacia Zhangmu, un montón de casas abigarradas colgadas de un barranco de espesa vegetación donde los monzones hacen estragos. Los desprendimientos son habituales en esta época del año e, inevitablemente, cada cierto tiempo un pedazo del pueblo se precipita ladera abajo, hacia el arroyo, engullido por la montaña.

Los desprendimientos son habituales en esta época del año e, inevitablemente, cada cierto tiempo un pedazo del pueblo se precipita ladera abajo

Nos cuesta media hora atravesar todo el pueblo, en un interminable zig-zag de curvas cerradas y cascadas de agua. El frenesí de camiones no cesa y “Macario” se las ve y se las desea para seguir adelante. Más de una vez se ve obligado a dar marcha atrás en busca de un hueco donde parapetar el todoterreno para dejar vía libre a los mastodontes sobre ruedas.

Perseguidos por los cambistas

Nada más poner un pie en Zhangmu, nos acorralan los cambistas ofreciéndonos rupias nepalíes. En el primer asalto, cambian un yen por ocho rupias, una oferta que, ante nuestro desinterés, suben a 8,85.

Estamos alojados en el Zhangmu hotel, que presume de tener la recepción en la azotea. La habitación ¡tiene ducha! Sus ventanales se asoman a la neblina del barranco. Nada espectacular, pero suficiente para que, tras una semana de penalidades, se ponga en marcha la deconstrucción del aventurero, otra vez turista. No hay plato ni nada que se le parezca. El agua cae sobre el suelo del baño, que se encharca inevitablemente. Ahora sale fría y no hay manera de que en recepción alguien te descuelgue el teléfono para explicar a qué hora se produce el magno acontecimiento de la ducha caliente. Toca volver a vestirse las malolientes ropas del viaje, un doloroso festín de mierda justo cuando acariciábamos ya con los dedos el relajante baño, y bajar a dar una vuelta por el pueblo. La recepcionista, que apena articula una palabra en inglés, sí se ha aprendido el horario del agua caliente. “De nueve y media a once”, salmodia. Dos horas y media al día, ése es el tiempo que tienen los turistas que llegan de Lhasa, baqueteados y apestosos, para recuperar la autoestima y empezar la deconstrucción del aventurero que han soñado ser por unos días.

A diez metros del hotel está el control fronterizo chino así que únicamente se puede pasear cuesta arriba. Tenzing y “Macario”, alojados en un lugar mucho menos exclusivo, se dirigen a unos baños públicos para darse una ducha por 14 yuanes. Nosotros, para hacer tiempo, entramos en un internet-café para tranquilizar a la familia. El paseo es de todo menos relajante. De las ventanas de las casas caen a la calle cubos de agua sucia sin previo aviso. Alertado por el primero, no quito ojo para evitar que me vacíen uno encima. Es complicado verlos venir, porque ni siquiera se ven las manos asomar, deben lanzarlos desde el sofá del salón.
Los cambistas, inasequibles a una negativa, acompañan nuestros pasos. Quiero cambiar 800 yuanes pero el fajo de rupias que me corresponde es enorme, así que les pido dólares con idéntico cambio que hice en Lhasa (un dólar por 8 yuanes). Les cuesta dar su brazo a torcer. Quieren 860 yuanes por los cien dólares. Al final uno de ellos claudica y me arrastra al Gang Gyen Restaurant, donde aprovechamos para cenar, pero una vez allí cae en la cuenta de que no tiene suficientes dólares para juntar los cien. Forma parte del teatro. Tras un rato de espera, viene su jefe y pretende cerrar el trato en 870 yuanes. Le despido y sigo comiendo. Medio segundo después alarga dos billetes de 50 dólares y le entrego los 800 yuanes. Ha sido duro de roer.

Solventando el problema del cambio, y haciendo tiempo para la ducha, cenamos unos tallarines con cerveza tibia. A nuestro lado hay media docena de italianos de una expedición. La cuenta es estratosférica, casi 92 yuanes. Diez minutos después, la ducha caliente es una gozosa realidad. El suelo del baño se encharca y, como no hay ventilación, el lavabo pronto se llena de vaho, pero el reencuentro con el mundo civilizado es inolvidable. El aventurero se pierde por el desagüe y se reencuentra con el turista que no ha dejado de ser.

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Comentarios (6)

  • javier

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    Lo bueno que tiene este blog, que leo desde Ciudad del Cabo, es que está contado con la naturalidad del tipo que viaje sin pretensiones. Esta frase es muy buena y lo resume a la perfección: «El aventurero se pierde por el desagüe y se reencuentra con el turista que no ha dejado de ser».
    Hoy en día se lleva mucho el viajero que cree que su aventura lo fue más porque compartió velada en un bar de carretera con delincuentes y prostitutas y, por supuesto, intento ser robado varias veces por entrar en sitios donde los demás no entran.
    Francamente felicidades, como lector lo digo, por leer un viaje lleno de momentos fascinantes, temerosos, arriesgados, que aconsejo leer a cualquiera que le interes el Tíbet, sin alardes. Felicidades por hacerlo normal, algo tan anormal hoy en día.

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  • Ricardo

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    Gracias, amigo. Viniendo de alguien capaz de ver las cosas que tu has visto en tu gran viaje africano y contarlas sin sensiblerias ni imposturas, con la contundencia de la verdad despojada de alharacas, es todo un elogio que me ilusiona y me motiva. Recuerda que te invite a una copa (sin hielos y con la coca-cola caliente, como a ti te gustan) en la proxima independencia ugandesa que celebremos juntos, jaja

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  • ana

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    Da gusto leerte, Ricardo. A pesar de lo que describes, la crudeza, las horas interminables de regateos, los cubos, el baño empañado… Dan unas ganas inmensas de hacer tu viaje. Enhorabuena!

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  • ricardo

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    Gracias, Ana. No se trata de pagar por sufrir, como algunos pensaran, sino de hacer lo que te gusta a pesar de las incomodidades. El campamento base del Everest era un viejo sueño desde que lei de adolescente los libros de Messner. Pero, claro, el que busque hoteles al uso que no se acerque al Tibet…

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  • Blog en Blanco

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    Me encanta la descripción de la deconstrucción del viajero, es cierta esa sensación al pasar del Tibet a Nepal. Por lo que leo, el supuesto atajo que tomó mi jeep debe ser de lo más habitual. Yo no hice noche en Zhangmu pero no me habría importado quedarme por la zona, era muy bonita y se agradecía ver el verde. Te dejo mis impresiones: http://www.blogenblanco.com/2012/05/de-tibet-nepal.html

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  • ricardo coarasa

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    Muchas gracias blog en blanco, la verdad es que tu relato del viaje tambien me ha traido muchos recuerdos. El paso del Tibet a Nepal por Kodari es inolvidable, yo al menos no recuerdo una frontera que se le parezca, y he pasado algunas. Un saludo y gracias por seguir este blog del Tibet

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