Que los portugueses fueron un pueblo expansivo lo sabe toda España y que Brasil heredó de los lusitanos esa pasión por agrandar su territorio, toda América. Desde el siglo XVII los “bandeirantes”, bandas de audaces conquistadores portugueses, se adentraban en el continente sometiendo indígenas y buscando riquezas sin deparar en costos ni esfuerzos pero, al mismo tiempo, ganaban más y más territorio americano que España desdeñaba. Así fue que la colonia portuguesa y, luego, el imperio de Brasil expandieron sus fronteras mucho más allá de lo que marcó el Tratado de Tordesillas, hasta convertirse en un gigante de dimensiones continentales.
Pero los bandeirantes han desaparecido hace más de 200 años y yo no tenía nada de eso en mente mientras manejaba nuestra camioneta por los ondulados caminos de la provincia argentina de Misiones. Queríamos, allá en el noreste del país, visitar una de las bellezas menos conocidas: los Saltos de Moconá.
Esa parte de la Argentina, que bordea el ancho río Uruguay, estuvo casi incomunicada del resto del país por décadas debido a las estrategias militares que dictaban que, ante la hipótesis de conflicto con Brasil, lo mejor era que en la zona no hubiera caminos por donde el hipotético invasor pudiera mover sus numerosas tropas. Hace varios años, la creación del Mercosur, que asoció a Brasil y Argentina (junto con Uruguay y Paraguay) hizo tambalear esta ridícula hipótesis bélica por lo que comenzaron a abrirse rutas que, sólo recientemente, alcanzaron los casi desconocidos saltos sobre el majestuoso río Uruguay. La apertura de las rutas y la llegada de la civilización descubrió una realidad que muy pocos sabían. Yo, que manejaba desprejuiciadamente, la desconocía absolutamente. ¡La realidad de los modernos bandeirantes!
Queríamos, allá en el noreste de Argentina, visitar una de las bellezas menos conocidas: los Saltos de Moconá
Faltando poco para el lodge al que íbamos, me detuve en una gasolinera de la única población “grande” de la zona: El Soberbio. Cuando me bajé para cargar combustible escuché que dos personas que se subían a un auto viejo hablaban en portugués. Me pareció raro, porque los turistas brasileños generalmente tienen autos modernos. Pensando en eso entré a pagar. En el pequeño puesto había un hombre de aspecto germánico con un chico muy rubio en brazos al cual le hablaba en portugués. Di por sentado que era un turista brasileño oriundo del estado de Santa Catarina, que tuvo una enorme inmigración alemana. Como viví muchos años en Brasil y domino el portugués le dije: “Que loirinho o garotao” (que rubiecito el chico). El hombre, simpático, me contestó en su portugués del sur de Brasil. Terminado ese pequeño diálogo me dirigí a la cajera y, ahora en el más argentino castellano, le dije que quería pagar. Ella me miró extrañada, seguramente había pensado que yo era brasileño. Me habló en castellano pero despidió al hombre rubio en perfecto portugués. “¿Qué es esto? – pensé yo-¿Son, brasileños o argentinos?”. No hablaban el típico “portuñol” fronterizo. Esta gente hablaba bien los dos idiomas.
Confundido, todavía no entendía bien lo que estaba pasando en esa región, pero las fichas del rompecabezas empezaban a tomar forma
Llegamos al lodge, que era un lugar magnífico, en medio de la selva al borde del río Uruguay. Mientras el encargado nos mostraba y explicaba cosas del lugar escuché, en la cocina, voces en portugués. “¿La cocinera es brasileña?”, le pregunté yo. A lo que él me contestó “No, argentina, pero acá todos somos hijos de brasileños”. Yo, confundido, todavía no entendía bien lo que estaba pasando en esa región, pero las fichas del rompecabezas empezaban a tomar forma.
A la mañana siguiente partimos hacia los Saltos de Moconá. Fuimos parando en todos los miradores del camino para fotografiar la espectacular selva misionera. En uno de las paradas dos chicos vendían piedritas y semillas. Recordando la lejana (muy lejana) época en que yo hice algo pareado (quién no vendió revistas viejas a familiares y vecinos) les compré alguna. La compra la hice enteramente en portugués. Charlando con ellos les pregunté si eran hinchas del Gremio o del Internacional (equipos de futbol del sur de Brasil) pero me contestaron que en la televisión no pasaban futbol brasileño. Uno era hincha de River y el otro de Boca (ambos equipos argentinos). Importante el aspecto cultural y nacionalista de la televisión y del futbol, ¿no? Así es Latinoamérica.
Fuimos parando en todos los miradores del camino para fotografiar la espectacular selva misionera
En el Parque Provincial Saltos de Moconá nos embarcamos en la lancha que nos llevó hasta la larga base de los espectaculares saltos. No tienen la altura de las cercanas Cataratas del Iguazú pero tienen un atractivo especial ya que son casi dos kilómetros de cascadas longitudinales al recorrido del río Uruguay que tiene un caudal enorme. En lancha nos adentramos por aguas turbulentas hasta las interminables paredes blancas de agua rugiente. La lancha se acercó tanto que terminamos totalmente empapados pero contentos de sentir la fuerza de la naturaleza en todo su potencial. No quiero explayarme mucho en la descripción, porque las fotos son mucho más elocuentes. Recuerdo que el lanchero, mientras acercaba el bote a la base de los saltos, me explicó que el volumen de agua variaba mucho porque aguas arriba la represa brasileña regulaba el caudal. “¡Brasileños!”, pensé yo.
En lancha nos adentramos por aguas turbulentas hasta las interminables paredes blancas de agua rugiente
Al pasar por la administración del Parque noté que el guarda parque tenía un acento más argentino que el tango por lo que aproveché para preguntarle sobre los argentino-brasileños en la zona. “Es todo un tema”, dijo. Me contó que en época de elecciones en El Soberbio los candidatos hacen campaña en portugués. “¿Pero cómo se llegó a esto?”, pregunté. Me dijo que varios años atrás, cuando en esa zona no había caminos, las tierras eran fiscales pero no había ningún control, como si no tuvieran dueño. En Brasil se corrió la voz; miles atravesaron la selva y ocuparon el territorio del lado argentino del río Uruguay. La ley argentina permite que, luego de veinte años, la tierra pase a ser de quien la ocupa. Por eso tanto interés de los brasileños: en Argentina conseguían terrenos gratis porque nadie se enteraba de que estaban ocupados. “¿Y ahora?”, pregunté. Me explicó que desde que se abrieron los caminos llegó Prefectura y Gendarmería y se comenzó a controlar la frontera. Aún cruza alguno cada tanto e intenta defender su ocupación con el filo de su machete, pero la situación ha cambiado. “De cualquier manera, ya la zona está habitada por gente que vino de allá”, dijo señalando en dirección a Brasil “Con su idioma y sus costumbres”.
Actualmente, el Gobierno argentino está haciendo un esfuerzo por “argentinizar” esta población. Las escuelas y también la televisión juegan un papel importante en este proceso. Es difícil saber si esta estrategia tendrá éxito, pero lo bueno es que, a pesar de esta situación bizarra, no hay tensión social. Quizás en unos años veamos que los de la nueva generación sean algo menos “abrasilerados” y que, a base de ser hinchas de River o de Boca, se vaya integrando al resto del país.
Mientras manejaba de vuelta al lodge, con mi mujer comentábamos muy animados los fabulosos que eran los Saltos de Moconá. Bajé la velocidad cuando pasaba donde los chicos vendían sus piedritas. Toqué la bocina y los saludé. Me devolvieron el saludo con alegría y nosotros, tomando nuestro argentinísimo mate, seguimos nuestro camino por la interminable selva misionera.