La historia del indígena que conmovió a Google Earth

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A veces pasa que alguien se levanta con la intención de cambiar el mundo. Muy de vez en cuando ese alguien persevera contra todo pronóstico. Y puede llegar a suceder, que en el desafío contra lo imposible, esa persona lo consiga.

Esta es la historia de un hombre de la selva, un indígena del Amazonas que nació entre las ceibas y los árboles de cacao del estado de Rondonia, en Brasil. Se llama Almir y cambió su apellido para honrar el nombre de su tribu: Suruí.

Vive en la comunidad del Sete de Septembro y allí afila las puntas de sus flechas y se decora con plumas en las ceremonias de la aldea. Ha crecido escuchando las historias del exterminio de su pueblo y ha visto demasiadas veces cómo iba desapareciendo la foresta de sus antepasados muertos, con las motosierras del hombre blanco.

Unas veces invoca a la lluvia con sus bailes y otras veces sale a comprar paneles solares para su gente.

Hoy, Almir Suruí tiene un 4X4 y vive en una cabaña junto a una antena parabólica. Algunos días sale a cazar jabalíes para la cena, otros viaja al pueblo más cercano a comerse una hamburguesa. Unas veces invoca a la lluvia con sus bailes y otras veces sale a comprar paneles solares para su gente. Es el jefe de su tribu pero nos recibió como un amigo, con la risa fácil de un hombre sencillo y la determinación de un líder. Después nos presentó a un indio simpático llamado Agamenón, que nos invitó a adentrarnos en la selva y acompañarle en una cacería. Antes de que terminara su propuesta, ya estábamos desenfundando nuestro equipo de grabación.

Buscábamos monos para la cazuela. A mí se me concedió el privilegio de llevar el arco y las flechas. Fue un desastre. A cuarenta grados y con una humedad insoportable no tardamos en empezar a hacer el ridículo. El arco se me enredaba entre las ramas, ahuyentando a los macacos, todos corríamos de un lado a otro; Alfonso apuntaba con su cámara al laberinto enramado; José Luis creía ver monos por todas partes y yo bastante tenía con no perder las flechas. Entonces apareció un grupo entero de monos en las copas de unos árboles. Le tendí con emoción el arco y las flechas a Agamenón, pero él me miró como disculpándose y después de amagar un tiro, sacó un rifle y se esfumó el romanticismo de la caza con una sola bala. “Los tiempos cambian” pareció decir encogiéndose de hombros. Tras un par de disparos abatió a uno de los pobres monos, que cayó sobre una palmera, inaccesible, y nos quedamos sin cena.

Le tendí con emoción el arco y las flechas, pero él me miró como disculpándose, sacó un rifle y se esfumó el romanticismo de la caza con una sola bala.

Pero aquel día sí acabamos cazando algo. En un claro de aquel confín de la selva amazónica, nos topamos con un montón de troncos apilados, escondidos. Eran troncos de caobas, de ceibas enormes, era el hogar de los indios hecho añicos. La tala ilegal de árboles, la pesadilla de los suruí.

Entonces escuchamos el motor de un camión furtivo y Agamenón se escondió con un gesto de pánico mientras nos gritaba que nos alejáramos de allí. No podían descubrir que los habíamos descubierto. Al ver a Agamenón encogido, entre la maleza, sentí de golpe el desamparo de los indígenas, el miedo en aquella selva menguante donde la codicia puede desviar un disparo hacia quien protesta. Pasó el camión rebosando troncos robados y volvimos a la aldea.

Mientras dábamos cuenta de un pollo a la parrilla con granos de maíz (hoy no tocaba mono), llegó Almir con su 4X4 y esa sonrisa de hombre feliz como pintada.

No soy menos indígena por conducir un todoterreno. El indígena lo es por su amor a la naturaleza, por el respeto a la selva

“No soy menos indígena por conducir un todoterreno. El indígena lo es por su amor a la naturaleza, por el respeto a la selva”. Dijo con los ojos brillantes. Y entonces nos contó su historia:

“Un día viajé a Cacoal -una localidad cercana- y entré en un cybercafé. Fue allí donde descubrí internet y poco después conocí Google Earth. Me di cuenta de las posibilidades de esa herramienta. Pensé en lo importante que sería detectar vía satélite la tala ilegal del Amazonas. Pero había un problema, En Google Earth, la región de Rondonia no tenía suficiente definición para apreciar el desastre. Entonces pensé que podría visitar a los responsables de Google para convencerles de que centraran sus satélites en esta región del mundo y poder así denunciar a los furtivos” 

Hasta ahí me pareció el relato de un soñador, un quijote de selva, un ingenuo con iniciativa. Pero Almir continuó:

“Me enteré de que los responsables de la compañía estaban en Washington y compré un billete de avión. Me acerqué a la sede de Google y al principio no me dejaban entrar. Esperé varios días en la puerta del edificio hasta que me recibieron, casi por derribo, y entonces les conté el problema.”

A los responsables de Google Earth les conmovió tanto la historia que incluso viajaron hasta Rondonia, ajustaron la definición de sus programas vía satélite y añadieron un sistema de denuncias online

A los responsables de Google Earth les conmovió tanto la historia que incluso viajaron hasta Rondonia, ajustaron la definición de sus programas vía satélite y añadieron un sistema de denuncias online para localizar en cualquier momento la tala ilegal en esta parte del mundo. Ese sistema hoy está extendido a otros muchos territorios.

Almir se ha convertido en un referente entre los indígenas del planeta. Acude a conferencias en diferentes continentes, agita las conciencias y cuenta su historia. Después vuelve a la aldea de Sete de Septembro para devolver árboles a la selva y reverdecer su tierra.

El día de nuestra partida, nos invitaron a plantar un árbol cada uno. Sé que hay un mógano más creciendo en la selva de los suruí. Ese honor que me devuelve de vez en cuando, con la memoria, a esa tierra donde conviven las flechas y los ordenadores, donde el progreso se ha encargado de frenar al “progreso” y donde los indios son capaces de inventar sueños vía satélite. Y cambiar el mundo.

 

Las imágenes (abajo) muestran: 1) un retrato de Almir, 2) la deforestación de la tierra indígena de los suruí en el Amazonas en la última década y 3) la región donde Google Earth aplica hoy su sistema de denuncias para la tala ilegal de árboles. 

 

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Comentarios (13)

  • Javier Brandoli

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    Grandísimo historia y grandísimo relato. La escena del indio y la escopeta es tan divertida como clarificadora. A los indígenas les gusta como al resto de los mortales los coches, los relojes, la neveras y los ordenadores. Efectivamente, la diferencia no está en lo que poseen sino en cómo lo poseen. Todo el que puede tener un rifle y tiene hambre, seguro que prefiera salir a cazar con él. Todo el que quiere denunciar un tala de cientos de miles de hectáeras, seguro que prefiere un satélite y un ordenador. Muy simple.
    Efectivamente hay tipos que se levantan una mañana y cambian el mundo y que maravilla es encontrarlos y escucharlos. Bravo por Almir!!!

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  • Nacho de La Moneda

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    Gracias por este relato. Conmovedor y lleno de humanidad, no me estrañaría nada que esta historia saltara al celuloide. Lo del uso de la escopeta es una pena, desde luego es más práctica y no hay nada que reprochar pero se pierden muchas cosas por el camino.
    Felicidades…!!!!

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  • ozman diaz

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    mil bendiciones a este gran indígena .lo digo con todo el respeto que se merece cual quier ser vivo ,tengo 13 meses sin comer ningún derivado animal y doy fe de que mis valores hoy día están mejores que antes.tenia mas de 6 años tomando pastillas para la tensión ,hoy día llevo 5 meses que no tomo ningún tipo de pastilla solo las que nos da la madre naturaleza que los alimentos vivos como de las frutas ,legumbres y vegetales ,explico mientas mas carnes comas mas plantaciones debes cultivar por ende mas agua debes gastar que se traduce a deforestación y derroche del apreciado liquido etc, concluyo hazte vegano

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  • Juan Antonio Portillo

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    Fantástico relato, Daniel. Almir es el vivo ejemplo de que cada uno de nosotros haciendo lo que nos toca hacer, o lo que mejor podamos hacer, podemos cambiar el mundo.
    Muchas gracias por regalarnos esta historia, Dani!!!
    Abrazos

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  • Xinnia

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    Maravillosa historia… gracias a este ser humano orgulloso de sus raíces, y defensor de lo que Dios nos dio para administrar, la naturaleza, que por cierto hemos demostrado ser muy mal administradores…
    necesitamos personas como Almir, que sueñan, luchan hasta lograr sus sueños, y actúa… sin pensar que alguna barrera lo va a detener..
    Y gracias al relato tan divertido, del equipo que hiso este reportaje.. en verdad creo que fue toda una aventura….Felicidades Almir, por ser un habitante ejemplar de este planeta.

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  • Lydia

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    Un relato genial. Demuestra cómo puede compaginarse la vida en la selva con las nuevas tecnologías, los rifles, un vehículo, etc.
    Es admirable el tesón de Almir.

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  • Mario_roban

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    Excelente artículo, es una lección de vida y equilibrio con la Tierra. Si todos hicieras tan solo un poquito, los resultados serían grandes.

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  • flor

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    son tan mierda como los que los exterminan a ellos, la caza del mono los describe de cuerpo entero. no solo son hijos de puta los q los estan oprimiendo, desterrando exterminando, sino ellos q son la misma mierda con los seres que al igual q sus opresores, los consideran inferiores.
    en todo caso, se hace justicia.

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  • Daniel Landa

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    He decidido no eliminar el comentario de Flor, porque estoy convencido de que sólo atenta contra sí misma (o mismo). En Viajes al Pasado damos por supuesta la buena educación. Los insultos que has escrito te dejan sola y disipan cualquier argumento que pretendas compartir. Eso en cuanto a las formas.

    Si hablamos del fondo, puedo afirmar que no has entendido nada. Lo afirmo porque yo estuve allí y lo afirmo porque es evidente. Los indígenas del Amazonas cazan y comen monos desde siempre, igual que en otras muchas culturas. Es una cuestión tan natural como aquí comer cordero o pescado, es una cuestión alimenticia. No darse cuenta de eso también atenta contra tu capacidad de comprensión.

    Ese arrebato ecologista, esa defensa mal entendida de la naturaleza, esa ausencia total de empatía con esos hombres (que por cierto protegen la selva y en consecuencia a sus habitantes, humanos o no) sí que te describe bien a ti.

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  • monica

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    En un todo de acuerdo con Ud. Daniel. Maravilloso ejemplo de vida, con todos los errores que puedan tener, igual que nosotros, tienen derecho a tener una buena calidad de vida. Son respetuosos de la naturaleza, cuidad del equilibrio biológico. Excelente su trabajo señor Daniel Landa, felicitaciones!

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  • Victor Dopazo

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    muy buena nota!!! Felicitaciones!!!

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