Vilanculos: la malaria y la casa de los artesanos

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Sandy ha pasado más de 30 veces la malaria desde que decidió en 1999 venir a vivir con su pareja, Snowy, a Vilanculos, un paraíso  natural en el que el zumbido de un mosquito puede significar perder la vida. La amenaza es mortal para los que no tienen capacidad para financiar unas pastillas que compran tiempo; no hacerlo te lleva a la tumba. Dicho de manera más clara: la infección sólo mata a los pobres. La malaria se ensaña especialmente en Mozambique, donde como me explicaban meses atrás el embajador español en el país, escuchar un mosquito desde la cama significa comenzar una cacería nocturna o una noche en vela.  Según los datos de Unicef, cada día fallecen en Mozambique  3500 niños y la causa principal suele ser el paludismo (malaria). La cifra es tan brutal que poco más se puede añadir.

Sandy y Snowy son una pareja de africanos blancos, ella sudafricana y él keniano, que decidieron vivir una vida reservada más para los negros. Un blanco en África, salvando estereotipos que por suerte se van modificando, parece destinado a mejores posiciones sociales que las que ofrece una aldea de pescadores donde la electricidad y el agua corriente son quimeras (razones socio políticas de carácter histórico).

Podría considerárseles unos hippies, unos de esos locos que cambian un cierto confort por una forma de entender la vida. Vida entendida como la libertad de quien le estorba un reloj en la muñeca.
Su vida en Vilanculos comenzó instalándose a vivir en una pequeña ciénaga, infectada de mosquitos que nacen de aguas estancadas, me explica Ana Paula (ya hablé de ella en los post anteriores). Allí, viviendo en pésimas condiciones, salvaron los bocados de la miseria y entendieron que sus vecinos podrían fabricar un entorno que les posibilite soñar con algo más que con traer restos de vida de mar en las redes de sus viejas barcazas de madera. El océano mar y la nada era y es la ecuación de la mayoría de habitantes de este rincón del mundo. Comenzó entonces un proyecto en el que involucrar a sus vecinos. Los afectos personales les anclaron a un lugar que probablemente era de paso y decidieron enseñar habilidades artesanales a sus vecinos, a los que los años de compartir fiebres les habían acercado definitivamente. Así nació Machilla Magic.

La inabarcable cantidad nos ha hecho de alguna manera insensibles, con la interior excusa de que ayudar a unos no sirve de nada ante la magnitud del todo

Hoy la pareja ha creado una casa de artesanos en la que viven con sus hijas, sus perros y todo un pequeño ejército de mozambiqueños que han aprendido a usar sus manos para crear arte en el sentido más amplio de la palabra. Sandy me enseña la pequeña tienda donde venden productos hechos a mano con madera, viejas latas de refrescos, telas… “Cuidamos que todo tenga calidad. Cualquier ayuda es buena, pero nuestros productos tiene calidad”, incide. La tienen, doy fe, y encima se contribuye a que 57 artistas, con sus respectivas familias, tengan la posibilidad de salir del pozo de miseria que contado en los primeros párrafos de este post se convierte sólo en una historia más de las miles de historias tristes que inundan el planeta. La inabarcable cantidad nos ha hecho de alguna manera insensibles, con la interior excusa de que ayudar a unos no sirve de nada ante la magnitud del todo.

Snowy (él) me lleva a visitar el inmenso taller. Las maderas se acumulan por el suelo, hay herramientas y restos de pinturas o telas por cada esquina, pero en medio de aquel caos hay un orden de actividades. Los que pulen la madera para hacer posteriormente puertas; los tejedores, con sus viejas máquinas de coser y sus tímidas sonrisas convertidas en carcajadas ante el objetivo de mi cámara; los pintadores de telas que calientan en un fuego sus pinturas eternas; los artesanos… Aplican criterios empresariales. Los trabajadores de Machilla Magic son responsables de su trabajo y ellos sólo les compran las piezas que cumplen los estándares de calidad. La realidad es que ayudan a 57 familias bajo la impagable enseñanza que tantas ONG deberían aprender en África de que el dinero o las ayudas no caen del cielo. Las puertas que ellos construyen deben sobrevivir a los dos jóvenes que un día decidieron vivir entre uno de esos lugares donde se palpa el paraíso y el infierno, depende en que raya te sitúes. Ellos viven a ambos lados.

Para los que quieran entender lo fácil que la vida se pierde en este lugar, recomiendo que lean un post escrito meses atrás, en mi primera visita a Vilanculos: https://www.viajesalpasado.com/la-corta-vida-del-bebe-de-alberto-y-dulce/

Para  los que quieran saber algo más del proyecto Machilla Magic o colaborar con ellos pueden entrar en esta dirección web: http://machillamagic.com/

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Comentarios (1)

  • R. Callejón

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    La malaría es un mal que no entendemos en Europa. Para nosotros es la incomodidad de tomar Malarone durante unas vacaciones, pero en decenas de países mata vidas constántemente. El dinero, como aquí se explica, salva vidas. Poder acceder a medicamentos y atención médica es clave y en muchos casos, como bien dices, es una quimera. Un poco de conciencia nos vendría bien a todos.
    saludos

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