Alvarino, el último mapuche

Cerca de los bosques de araucarias, entre los Andes y los lagos de agua glacial vive un hombre llamado Alvarino. Tal vez ahí acaba su historia, con su nombre, pues al gritarlo sólo el eco de las montañas parece responder.

Cerca de los bosques de araucarias, entre los Andes y los lagos de agua glacial vive un hombre llamado Alvarino. Tal vez ahí acaba su historia, con su nombre, pues al gritarlo sólo el eco de las montañas parece responder.

Argentina ha ido arrinconando a los mapuches, poniendo alambradas al paraíso de la Patagonia. Sucede en todo el mundo, es inevitable: los jóvenes ya no quieren encender hogueras en una cabaña si pueden viajar por Facebook a otros veranos, que es más amena la música del iPod que el tam tam de sus viejos tambores, que alivian más los amigos de internet que la soledad insoportable del invierno austral.

Habíamos conocido otros jóvenes mapuches, menos entregados al ritmo del progreso, conscientes de que su futuro son ellos, de que sus voces son las únicas que quedan de una cultura que se diluye como la nieve en primavera. En San Martín de los Andes han construido una radio para enviar discursos al mundo, como un náufrago lanzando mensajes en una botella. Se lucha desde la política, desde la música, desde el derecho, se desafía al gobierno argentino y al chileno, se exige justicia para un pueblo que ha ido perdiendo su identidad al tiempo que crece el turismo y la industria.

Los jóvenes ya no quieren encender hogueras en una cabaña si pueden viajar por Facebook a otros veranos

En ocasiones, la cultura va menguando hasta convertirse en folclore, en collares de plata o prendas de abrigo, pero sería injusto no mencionar el pundonor de los mapuches. Algunas comunidades se levantan al amanecer para ofrecer sus rituales a los bosques y los ríos a ver si la naturaleza acaba dándoles una tregua. Otros rezan al Dios cristiano para pedirle un poco de cordura al mundo, un nuevo telar para tejer sus ponchos o un coche o un ordenador, vaya usted a saber, que ya se van mezclando prioridades.

Los jóvenes mapuches reclaman un porvenir, una identidad y una tierra con una convicción admirable. Tienen la oratoria del argentino, firme, convincente, pero yo me quedo con la elocuencia de Alvarino, con su mirada líquida y con la dignidad de su boina. Él no habla mucho, confecciona instrumentos que han perdido el sentido sagrado de su pueblo, que ya casi nadie compra, pero él no se mueve de sus montañas, ni acude a las radios. Él se va quedando sólo mientras los jóvenes discuten porvenires en los bares de la ciudad. Tal vez sea el último mapuche sin discurso. Alvarino se lamenta con una tristeza más contundente que todas las pancartas del mundo.

Alvarino se lamenta con una tristeza más contundente que todas las pancartas del mundo.

Recuerdo que tras la entrevista, Alvarino nos invitó a tomar un mate caliente y vive Dios que lamentamos no poder quedarnos, pero las prisas, el ritmo maldito del hombre de ciudad, nos hizo declinar la oferta así que nos fuimos con prisas dándole la razón, porque en la urgencia permanente del hombre blanco -el winka- quebrantamos la paz de los mapuches.

Él se quedó allí, mirando sus montañas, sin nada más que decir.

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