Canal Imperial de Aragón: la locura de Pignatelli

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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No sé qué me llevó esa mañana de domingo a pasear por las orillas del Canal Imperial de Aragón. Pese a haber vivido en Zaragoza y visitar la ciudad con mucha frecuencia, nunca lo había hecho antes. Quizá fuera el recuerdo de mi padre, quien alejado ya de la montaña por imperativos de la edad buscaba en paseos como éste un sucedáneo para sobrellevar la insoportable lejanía de las cumbres. Quizá era sólo la mala conciencia de haber caminado centenares de horas por ciudades extrañas quedándome tanto por caminar en ésta que llevo en el corazón. Seguramente ambas cosas a la vez. Lo cierto es que me di de bruces con una historia fascinante a la que, lo reconozco, apenas había prestado atención: la de un hombre que soñó con hacer realidad, 250 años después, el empeño de un emperador, ése en cuyos dominios nunca se ponía el sol: un canal desde el Cantábrico al Atlántico que favoreciera el riego de decenas de miles de hectáreas de terrenos yermos.

La estatua de ese hombre visionario, Ramón Pignatelli, domina desde 1904 (cuando fue trasladada desde la céntrica plaza de Aragón) el parque del mismo nombre al final del paseo Sagasta, el antigo camino de Torrero que comunicaba el centro de Zaragoza con los depósitos de abastecimiento de agua del Canal Imperial, situados en la zona más elevada de la ciudad.

No sé qué me llevó esa mañana de domingo a pasear por las orillas del Canal Imperial de Aragón. Nunca lo había hecho antes. Quizá fuera el recuerdo de mi padre

A un paso de la iglesia de San Antonio de Padua y el cementerio militar italiano, el puente de América (del original ya no queda nada, pues fue destruido durante la guerra de la Independencia para dificultar el avance de las tropas francesas hacia Zaragoza) marca el primer encuentro con el canal, una de las obras hidráulicas más ambiciosas realizadas en la Europa del XVIII. No es de extrañar que a Pignatelli lo tomaran por loco y que su proyecto generase chanzas e incredulidades.

Hoy, las cifras todavía provocan admiración: un canal de 110 kilómetros de longitud paralelo a la orilla derecha del río Ebro, de quien toma sus aguas, que discurre entre el municipio navarro de Fontellas y el aragonés de Fuentes de Ebro y que incluso llegó a utilizarse para el transporte fluvial de pasajeros entre Tudela y Zaragoza (relegado más tarde por la línea férrea Alsasua-Zaragoza). Pero, sobre todo, un caudal de 30 metros cúbicos de agua por segundo que regó de vida (y sigue haciéndolo) alrededor de 27.000 hectáreas de cultivos y a una veintena de municipios.

Pignatelli soñó con hacer realidad, 250 años después, el empeño de un emperador, ése en cuyos dominios nunca se ponía el sol

He caminado en varias jornadas buena parte de los 15 kilómetros de riberas (en ambos sentidos) que jalonan el paso del Canal Imperial por el término municipal de Zaragoza (un recorrido que también se puede hacer en bicicleta). Primero, por su orilla izquierda, más urbanizada y aseada, y, después, por la senda de Valdegurriana, agreste y montaraz, con ese aroma a extrarradio donde las ciudades se rinden, por agotamiento, al campo. De vez en cuando te tropiezas con un apeadero, con una vieja almenara, con flores que piden a gritos que ningún desalmado las arranque, destellos de ese pasado que se fue con la corriente.

Y es que el paisaje del XIX ha desaparecido hace tiempo. Las riberas ya no están jalonadas de molinos, fábricas de harina, lavaderos, de pequeños astilleros y almacenes. Por sus aguas ya no navegan barcas de recreo ni de pasajeros. Pero el canal sigue regando miles de hectáreas de cultivos y aprovisionando de agua a decenas de municipios. Y, como entonces, sigue siendo lugar de recreo de muchos zaragozanos. Además, está magníficamente escoltado en este tramo: a un lado el parque grande (rebautizado como José Antonio Labordeta) y, al otro, los montes de los Pinares de Venecia. El desvío es casi obligado para contemplar la ciudad desde las alturas. La estatua de Alfonso I el Batallador indica el camino. En la otra orilla, recorrer los senderos de los pinares ofrece una interesante perspectiva del canal.

De vez en cuando te tropiezas con un apeadero, con una vieja almenara, destellos de ese pasado que se fue con la corriente

El artífice de esta impresionante obra de ingeniería hidráulica no se olvidó de su detractores cuando, en 1790, el Canal Imperial de Aragón fue una realidad. Un poco más allá del cruce con la actual vía Ibérica se encuentra una fuente que bautizó como de los incrédulos. Sólo necesitó una inscripción en latín para reivindicarse frente a tanta burla. “Para convencimiento de los incrédulos y comodidad de los viajeros”, mandó escribir. El agua fluía ya por las áridas tierras que rodean Zaragoza, poniendo los cimientos de una ambiciosa reforma agraria. El loco Pignatelli se había salido con la suya.

Todavía quedan en pie cuatro antiguas almenaras, desde donde se distribuía el agua de riego. Para llegar a la de San Antonio de Padua (justo en dirección contraria a la de la Fuente de los Incrédulos) hay que caminar por la senda de Valdegurriana, dejar atrás el apeadero de La Paz y salvar el barranco de la muerte, que obligó a Pignatelli a construir un espectacular acueducto. Más adelante se encuentran las esclusas de Valdegurriana (el canal tiene que salvar a lo largo de todo el recorrido un desnivel de 125 metros), diseñadas para permitir la navegación en este tramo.

En una fuente Pignatelli dejó un mensaje a sus detractores: «Para convencimiento de los incrédulos y comodidad de los viajeros»

El tono parduzco del agua no debe llevar a engaño. Además de una nutrida colonia de patos, el canal da cobijo a 2.500 ejemplares de la almeja más cara del mundo, la Margaritífera auricularia (perla del río), el más antiguo de los mejillones de agua dulce y una especie protegida cuya captura (el nácar de sus conchas es un bien muy preciado) está severamente prohibida. La multa puede alcanzar los 16.000 euros.

Caminar por la senda de Valdegurriana en dirección a las esclusas del mismo nombre es ir dándole poco a poco la espalda a la ciudad entre descampados a medio urbanizar y tierras cuarteadas que explican mejor que nadie el milagro del canal de Pignatelli y la legión de incrédulos que generó el proyecto.

Las aguas del canal imperial cobijan a 2.500 ejemplares de la considerada almeja más cara del mundo

Los herbazales desmayados sobre la corriente están salpicados, de vez en cuando, de algún que otro pescador sentado en la orilla. Sobre un muro de un centro deportivo, a un paso de los pinares de Valdegurriana, los juglares del grafiti ya han pintado el rostro del payaso Miliki, fallecido hace sólo unos días. Es una mañana de bicicletas y perros que no quieren saber nada de sus dueños, quizá intuyendo que la ciudad se acaba y que, por fin, están en su territorio. El cauce del canal se pierde en la lejanía e invita a seguir caminando pero, ahora sí, es hora de darse la vuelta.

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Comentarios (9)

  • Juan Antonio Portillo

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    Bonito relato, Ricardo. Es cierto que a veces tenemos historias curiosas y hermosas a muy pocos pasos de dónde nos encontramos¡¡¡ Gracias por contarnos otra más de las tuyas. Un abrazo

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  • Olga Malo

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    Vivo al ladito del canal, en mi monótono recorrido diario lo cruzo en varias ocasiones y es de los pocos elementos de mi trayecto que consigue cautivarme. Muy bonito el artículo.

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  • ricardo coarasa

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    No me extraña que te cautive Olga. Si sabes de algún trabajo al que haya que ir andando cruzando el canal avísame. Me apunto. Me encanta que te haya gustado estando como estás acostumbrada a verlo todos los días. Es muy difícil sacarle brillo a la rutina. Juan Antonio, estoy contigo, a veces antes de mirar al horizonte hay que mirarse bien la punta de los zapatos. Gracias a los dos.

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  • israel

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    Relatos como el tuyo, Ricardo, son los que van cambiando nuestra percepción del paisaje (siguiendo al profesor Martínez de Pisón).
    La forma de ver el paisaje se va creando entre todos….
    Un saludo.

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  • ricardo coarasa

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    Gracias Israel. Simplemente intentar comprender los paisajes siguiendo la estela del profesor Martínez de Pisón, un humanista en el sentido más amplio de la palabra, es todo un honor. Abz

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  • Mar

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    me gustaría preguntarte si sabes algo sobre el puente de los suspiros que se encuentra en este delicioso paseo que tan generosamente nos entregas. Estoy interesada en saber todo sobre ese puente. Muchas gracias

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  • ricardo

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    Siento no poder ayudarte Mar, no conozco la historia de ese puente, pero la DGA tiene publicado algún interesante trabajo sobre el Canal Imperial. Si tienes suerte cuéntanos su historia. A mí también me intriga si tiene algo que ver con el famoso puente veneciano. Un saludo

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  • Art

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    Muy interesante todo lo dicho, que razon que muchas veces no sabemos nada sobre el entorno que nos rodea. Pasear por la ribera la verdad que si es aconsejable para olvidarse del mundanal ruido. Aprovecho mi comentario para preguntar si es posible navegar por el canal con piragua o padel surf, o si tiene algun peligro aunque no estuviera prohibido. No he visto a nadie navegar en piragua, aunque hace muchos años creo recordar que organizaban rutas. Bueno espero que alguien pueda ayudarme. Muchas graciasl

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  • La revista de viajes con HistoriaS Antiguas puertas de la Zaragoza amurallada

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    […] Zaragoza es una ciudad ensombrecida por los tópicos. Por los tópicos y por un icono, la basílica del Pilar, que históricamente ha postergado, a ojos del visitante, al resto de la urbe. Zaragoza es, para demasiados, el Pilar y el Ebro. El Tubo y las Fiestas del Pilar. Y poco más. Muy alejada de esa impresión precipitada e injusta, la Salduie sedetana, la antigua Caesaraugusta romana, la Cesaraugusta visigoda, la Saraqusta musulmana, la Saragoça cristiana, la moderna Zaragoza, en fin, acumula una historia milenaria que, dicho sea de paso, ni los poderes públicos ni los propios zaragozanos han preservado durante siglos como se merece. Por eso no hay mejor forma para destripar prejuicios y espantar clichés que acercarse a ella a través de su pasado y recorrer sus calles con la mirada atenta a sus vestigios y a los lugares que marcaron su devenir. […]

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