Del 30 de julio de 1789 hasta el 18 de septiembre de 1794, los oficiales de la Armada española Alejandro Malaspina y José de Bustamante y Guerra dirigieron una expedición geopolítica alrededor del mundo enviada por la Corona española. El 15 de diciembre de 2010, parte del puerto español de Cartagena el buque de la Armada Hespérides, que durante siete meses dará la vuelta al mundo bajo el epígrafe de “Expedición Malaspina 2010”. ¿Qué diferencias hay entre ambas expediciones? Es divertido entender desde dentro los cambios 217 años después.
El 7 de febrero arribó a Ciudad del Cabo el buque Hespérides, oportunidad que aproveché para subirme al flamante Hespérides atracado en el Waterfront (puerto de Ciudad del Cabo). Entre las anécdotas que guardo de la jornada hay, por solidaridad con el gremio de mareados del planeta, una que comparto primera. ¿No os mareáis en el barco?, le pregunto a un marinero que me explicaba que en Canarias pasaron un temporal de fuerza siete, lo que supone olas de entre siete y ocho metros (aclaro que yo me mareo haciendo una voltereta, literal, lo que me ha provocado complejos importantes, porque soy un enamorado del mar, y acabar un poco hasta los mismos de la incomprensión del personal que te mira como si fueras un blandengue al que le encanta acabar subido a una lancha rápida que te devuelve pálido a tierra). “Yo he descubierto en esta expedición un remedio infalible: Stugerón. Son unas gotas que si las hubiera conocido antes me habría ahorrado muchos vómitos”, me dice. Estoy deseando probarlas. En cuanto venga alguien de España me trae 13 botes y me lanzo a la mar en busca de un temporal.
El Hespérides lleva una expedición científica de primer orden mundial que va a desvelar muchos de los secretos de los océanos hasta ahora desconocidos para el ser humano.
Hecho este importante inciso en mi vida, sigo con las diferencias entre ambas expediciones. En el siglo XVIII, el propósito de la armada española era “hacer un estudio de la situación política y económica de los virreinatos y levantar una exhaustiva cartografía de los mismos, además de un estudio de la flora, la fauna y los pueblos visitados”. En el XXI, se estudia la flora y fauna también, pero con la particularidad de hacerlo a más de 4000 metros de profundidad. Es decir, el objetivo es parecido pero con uso cuantos kilómetros de diferencia dirección arriba y abajo. “Lo que estamos haciendo no lo ha hecho nadie. Se van a descubrir decenas de miles de microorganismo y bacterias desconocidas”, me explica el científico Jordi Dachs. Lo resumiré: el Hespérides lleva una expedición científica de primer orden mundial que va a desvelar muchos de los secretos de los océanos hasta ahora desconocidos para el ser humano.
¿Y el trayecto? Ahí la original expedición de Malaspina supone un hito impresionante. Los españoles buscaron el paso del noroeste, en Alaska, que debía comunicar el Atlántico y el Pacífico; fueron los primeros no británicos en llegar e investigar la colonia inglesa de Australia; hicieron en Nueva Zelanda importantes estudios geológicos; cruzaron el estrecho de Magallanes, Isla de Pascua, Tahití… Ahora, todo ese trayecto, más corto, se está haciendo en siete meses. Quizá, a nivel científico, lo más reseñable será el estudio de océano Índico, el menos estudiado de todos los grandes mares.
Lo malo es que cada día se levantan a las 04:30 horas a currar y acaban cuando anochece, que el barco no es un crucero turístico en el que ponerse moreno en proa.
Y luego queda la vida en el barco. No ha debido cambiar tanto todo en este sentido. Los marineros del Hespérides, un grupo divertido y abierto, también aprovechan para salir a tierra en las paradas del barco y divertirse un poco. Todos los tópicos de los marineros son aplicables a este profesional y alegre grupo que conocí. Así por encima contaré que circulaba una leyenda, difundida por el autor de la hazaña y corroborada por algún compañero, de que la noche anterior había habido un triunfo en toda regla con la femenina población local por parte del protagonista. “Yo lo vi”, decía uno, “ le hice la cobertura”, en un noble reconocimiento de su papel de secundario. El protagonista, que empezó timorato, acabó lanzado ya ante la magnitud que había tomado su hazaña y terminó con un definitivo “me atacó ella”, ante las carcajadas del personal presente. Además, había historias vetadas sobre polizones, partidas de pin pon nocturnas en cubierta (un científico me reconoció que había escondida una mesa), camarotes de alto rango donde se ven películas, un festín de nécoras pescadas en el puerto por los técnicos en la sala de máquinas… En fin, que realmente daban ganas de subirse al barco e irse a navegar con ellos, me parecieron muy buena gente (con mis nuevas gotas). Lo malo es que cada día se levantan a las 04:30 horas a currar y acaban cuando anochece, que el barco no es un crucero turístico en el que ponerse moreno en proa.
Por último, diré que hubo una recepción para diplomáticos, políticos, colonia española y periodistas en cubierta. Jamón serrano, tortilla de patata y Rioja eran parte de un menú que sabía a gloria. El Hespérides es una embajada flotante, en la que las empresas jamoneras les regalan piezas de Ibérico para que en cada parada sean servidas a coste cero. Su comandante, Juan Aguilar, un hombre culto y encantador, nos abrió a todos las puertas de la que es “su casa”. Una gozada. Espero que no termine igual que Alejandro Malaspina, que fue recibido en España como un gran héroe, pero al que sus ideas reformistas traídas del viaje le costaron ser condenado a 10 años de prisión tras enfrentarse al primer ministro Manuel Godoy. Acabó desterrado en Italia, donde murió en 1810. Uno no puede evitar pensar que sería de esta expedición y este capitán si hubieran sido británicos. España no ha sabido nunca cuidar a sus héroes, como lo atestiguan las figuras de Pizarro, Cortes… Qué envidia da en Londres ver como tratan a sus piratas.