En medio del desierto del Karoo, en medio de la absoluta nada, el letrero de un solitario local rodeado de lejanas montañas y tierra infinita me hace detenerme en seco: Ronnies Sex Shop. ¿Un sex shop en el desierto? ¿Quién no pararía a ver qué hay detrás de tan sugerente idea anclada sobre arena y cocida por el sol?
La primera imagen que uno tiene del sex shop de Ronnie es una pequeña barra, unas sillas endebles y cientos de bragas, sujetadores y calzoncillos colgando del techo. Sobre una vitrina hay un trofeo que sujeta un juego de ropa interior femenina talla XXL. Las paredes están llenas de mensajes pintados por miles de viajeros que decidieron parar, como yo, en este enclave olvidado por el más sencillo y eficiente marketing internacional: sexo. “Qué pena que no traje el equipo de fotos, en el sex shop de Ronnie es fotografiable cada trozo de tela que se desparrama por sus muros”, pienso. Me conformo con tomar las fotos con una pequeña cámara de bolsillo.
Tras pedir dos cervezas, salimos a la terraza con únicas vistas al polvo que levanta el viento; vistas a la nada. Detrás de mi veo una pequeña habitación con información turística de la zona y venta de delantales y camisetas con el nombre del local. Aparece un tipo ya algo mayor, de larga barba blanca y melena recogida, que bromea con todo el mundo. “Es Ronnie”, deduzco, lo que certifico cuando un joven le llama para que se haga una foto con una braga en la cabeza junto a tres jóvenes turistas que quieren un recuerdo del dueño de tan singular negocio. “Yo me quité las mías”, declara solemnemente una de las desinhibidas chicas, que tras el souvenir siguen su marcha por la espectacular Ruta 62 (ruta que parte el pequeño Karoo y de la que haremos un especial reportaje en VaP). “Todas vienen y se van”, nos dice Ronnie bromeando. “Es la historia de mi vida”. “Y eso que eres dueño de un sex shop”, le digo. “Creo que ese es el problema”, responde, “aunque también influye que estoy casado”.
El tipo descubrió que mucha gente paraba en su bar a descubrir el único sex shop que hay en varios de cientos de kilómetros a la redonda
La historia que nos explica del nombre del local es francamente divertida. “Fue una broma. Yo decidí abrir una tienda en este lugar y cometí el error de invitar a mis amigos a la inauguración. Era una tienda con información de la zona, bebidas y algo de comer. En medio de la fiesta, un amigo aprovechó que yo estaba algo distraído (por decirlo de una manera educada) para escribir sobre el letrero que acababa de pintar en el muro para el reluciente estreno, con la misma pintura, la palabra Sex”. Es decir, lo que era la “Tienda de Ronnie” se convirtió por un torcido brochazo en el “Ronnie Sex Shop”.
Sin embargo, esa broma se convirtió en su seña de identidad cuando el tipo descubrió que mucha gente paraba en su bar a descubrir el único sex shop que hay en varios de cientos de kilómetros a la redonda. El bar se llenó entonces de ropa interior colgando del techo y en un garito de carretera conocido en toda la comarca. Hay hasta algún maniquí vestido con ropa interior sugerente sobre los panfletos turísticos que reparte. Todo el que cruza el pequeño Karoo se para a beber algo en este local. “No se besen, que esto es un sex shop”, dice Ronnie a una pareja.
La singular historia de este local es más reseñable cuando se sabe que estamos recorriendo una de los últimos enclaves en Sudáfrica donde se han resguardado del mundo los conservadores afrikaners. Caravanas de hombres y mujeres que, entre otras cosas, huyeron del libertinaje permitido por la nueva colonia inglesa.
Sólo hay que poner la palabra sexo en un bar perdido de carretera para convertirse en un lugar de culto en medio de la nada
Este bar es una curiosa lección similar a la que uno vive, por ejemplo, en el periodismo cada día. Sólo hay que poner la palabra sexo en un titular para que la noticia sea la más leída en cualquiera de los periódicos nacionales más prestigiosos. Sólo hay que poner la palabra sexo en un bar perdido de carretera para convertirse en un lugar de culto en medio de la nada. Ronnies Sex Shop es el bar más conocido de la Ruta 62. Aparece en todas las guías y tiene varias referencias en Google. Es un garito de rockeros, motoristas y turistas despistados. Como si de una liturguia se tratara, es una parada casi obligatoria. Todo por el milagro de la palabra sex. Veremos si en esta revista también funciona.