Valle 16 de Octubre: el plebiscito de la escuelita

Por: Gerardo Bartolomé (texto y fotos)
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“No es por acá”, le dije a mi mujer al volver a subirme a la camioneta. Cuando pregunté en el pueblo me habían asegurado que la piedra era fácil de encontrar por eso no había insistido en conseguir las coordenadas para el GPS. Estábamos yendo y viniendo por ese camino de tierra por una planicie con los pastizales altos. En teoría, por ahí cerca estaba la “Piedra Holdich”. Pero no había caso, no la encontraba.

Los galeses se habían establecido en ese valle longitudinal que tenía la cordillera de un lado y del otro a un menor y más antiguo cordón montañoso. Por el centro de la planicie corría un río que llamaron Percy. Tal como lo habían hecho en Gaiman, cerca del Atlántico, cavaron zanjas y canales para aprovechar sus aguas y regar sus plantaciones. El Valle 16 de Octubre era pura productividad, la colonia galesa prosperaba. Pero no todo era alegría. El Perito Moreno sabía que las aguas del Río Percy corrían hacia el sur y luego doblaban hacia el oeste, encarando la Cordillera y atravesándola por un angosto desfiladero para, finalmente, desembocar en el Pacífico. Moreno sabía que eso era un gran problema.

Mi mujer y yo habíamos recorrido gran parte del trayecto que cubrían las carretas de los pioneros galeses. Nos quedaríamos unos días en el pueblo de Trevelin visitando el maravilloso Parque Nacional de los Alerces, pero también quería visitar algunos históricos sitios relacionados con el arbitraje limítrofe de 1904, todo esto como parte de la investigación para mi libro “El límite de las mentiras”.

Para los chilenos el valle estaba en zona montañosa; para los argentinos era parte de la meseta patagónica. Al coronel no le costó tomar la decisión: ¡Iría al lugar!

El acuerdo firmado entre Argentina y Chile declaraba que si bien el límite entre ambos países serían los Andes, la frontera sería específicamente la divisoria de aguas. Las cuencas que desaguaran en el Atlántico serían argentinas y las que lo hicieran en el Pacífico, para Chile. El valle galés les correspondía porque el famoso Río Percy iba a parar a “su” océano. La tesis argentina sostenía que el valle estaba fuera de los Andes, por lo que no correspondía el criterio de divisoria de aguas. No hubo acuerdo, y antes de ir a la guerra, ambos gobiernos decidieron llevar el caso a la Reina Victoria de Inglaterra. La buena señora nombró a un experimentado militar a cargo del caso, el Coronel Thomas Holdich, quien ya había resuelto un caso similar en el Himalaya, entre la India y Afganistán. Las partes llevaron sus mapas a Holdich quien, con sorpresa, encontró que no coincidían. Para los chilenos el valle estaba en zona montañosa; para los argentinos era parte de la meseta patagónica. Al coronel no le costó tomar la decisión: ¡Iría al lugar!
A la vuelta del viaje en barco por los lagos que lleva a los alerces milenarios, me saqué fotos en las calles Perito Moreno y Holdich. También pasé por la Secretaría de Turismo para que me indicaran cómo llegar a la famosa escuelita y también a Piedra Holdich. Allí pensaba sacarme la foto de la portada del “Limite de las mentiras”. Me marcaron el camino en un folleto con un mapa muy básico, parecía fácil.

La expedición tripartita (Gran Bretaña, Chile y Argentina) recorrería los innumerables puntos de conflicto. Uno de los principales era el de la colonia galesa. Moreno intuía que la clave pasaba por la población galesa. El Perito argentino había estudiado el pasado de Holdich y sabía que él valoraba la opinión de los pobladores por encima de todo.

Pero los galeses podían ser un problema. Estaban en conflicto con el Gobierno Argentino. Por un lado, querían que la escuela enseñara galés y, por otro, seguramente lo principal, exigían que se les otorgaran por ley las tierras que les habían prometido, ya que algunos vivillos de Buenos Aires habían convencido a las autoridades de que se las asignaran. Moreno movió suelo y tierra para que se cumpliera lo prometido.

Lo primero que teníamos que encontrar era la escuelita. Según el mapita teníamos que tenerla frente a nuestras narices, pero no había caso, no la encontrábamos. Después de muchas idas y vueltas (y nadie a quién preguntar) me metí por un sendero que salía del camino principal y ahí, detrás de unos árboles, la vimos. Estaba cambiada de lo que se veía en las fotos de 1902, pero un pequeño cartel aseguraba que era allí.

Cuando el argentino y el inglés llegaron los chicos cantaron el himno argentino. Holdich, entre intrigado y emocionado, preguntó en voz alta si preferían ser de Argentina o de Chile. Todos respondieron al unísono “¡Argentina!”

La Comisión de Límites llegó al valle de los galeses. Holdich constató que el río corría para el Pacífico, eso era indiscutible. “Pero no estamos en los Andes”, sostenía Moreno. El representante de Chile argumentaba que estaban en un valle longitudinal entre la cordillera principal y un cordón secundario al este. Para Moreno ese cordón era, geológicamente, distinto de los Andes. ¿Y que decía Holdich? Callaba. Moreno decidió jugársela.

La escuela estaba refaccionada, pero había varios elementos en exposición que databan de la famosa fecha del plebiscito. Por ejemplo, la campana con que dicen que congregaron a la comunidad, o el establo donde los galeses dejaron sus caballos. Aunque más moderna, la escuela mantenía las medidas y la galería delantera que yo podía ver en esa antigua foto.

En la mañana del 30 de abril de 1902 Moreno convenció a Holdich para ir a la escuelita del valle. Allí, secretamente, uno de sus hombres había reunido a todas las familias del valle, galeses casi todas, tehuelches unas pocas. ¿Como reaccionaría esta gente? Imposible saberlo a ciencia cierta. Cuando el argentino y el inglés llegaron los chicos cantaron el himno argentino. Holdich, entre intrigado y emocionado, preguntó en voz alta si preferían ser de Argentina o de Chile. Todos respondieron al unísono “¡Argentina!”, aunque con un marcado acento extranjero. Holdich anotó algo en su cuaderno y luego todos se sacaron una foto que recordaría el plebiscito de la escuelita.

Encontrar la piedra me costó más que encontrar la escuela. Los pastos altos escondían ese gran bloque errático que los glaciares depositaron allí 15.000 años atrás. Mi mujer lo vio cuando lo pasábamos por enésima vez. Nos bajamos. Leí la inscripción que recordaba al primero de marzo de 1902. Mi mujer me sacó la foto con la Piedra Holdich que iría a la portada de mi libro.
Todavía no convencido de la decisión que adoptaría Holdich, Moreno convenció a un grupo de galeses a hacer un último trabajo. Al día siguiente de lo de la escuelita lo llevó al inglés a un lugar cercano. El sol iluminaba una roca solitaria en la planicie, como si se tratase de un centinela de piedra. Tres hombres terminaban de trabajar sobre una de sus caras. Moreno acercó al coronel para que viera. Los galeses esculpían un recuerdo del paso de Holdich por el lugar. Las letras en esa piedra milenaria mantendrían el nombre del coronel y la fecha de su paso por varios miles de años más. El inglés sonrió y anotó algo en su cuaderno, pero no adelantó nada de su decisión.

Con la misma cámara que me acababa de sacar la foto mi mujer enfocó una familia de patos que pasaba por el pequeño arroyo de allí al lado. Al verlos sonreí acordándome de la famosa anécdota que cerró el paso del árbitro por el Valle 16 de octubre.

La Comisión de Límites dejó la colonia en dirección sur y a la noche acamparon todavía en el valle, bastante cerca. Cocinaron al fuego unos patos que habían cazado en un arroyo cercano. Cuando terminaron de comer, Moreno sirvió unos vasos de whisky y protocolariamente le preguntó a Holdich qué le había parecido la comida. “Muy buenos estos patos argentinos”, dijo el inglés con una amplia sonrisa. Moreno, con una mezcla de alivio y alegría, repitió “Sí, los patos argentinos…”. Ahora sabía cuál era la decisión de Holdich.

Después de tres días en la zona, mi mujer y yo cargamos el equipaje en nuestra camioneta y también seguimos hacia el sur, tras las huellas de la Comisión de Límites, sólo que 108 años más tarde.

Contacto@GerardoBartolome.com
Gerardo Bartolomé es viajero y escritor. Para conocer más de él y su trabajo ingrese a www.GerardoBartolome.com

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Comentarios (6)

  • Ana

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    La figura de Perito Moreno es entrañable. No la conocía. Es un buscavidas, un mentiroso, un hombre lanzado para adelante. Uno de esos buscadores de fortuna a la vieja usanza, como tantos de los que hemos visto en las películas americanas del lejano oeste pero con un punto latino que lo hace más divertido. Cuantas historias de América del Sur desconocemos y deberíamos saber. Una maravilla este blog. En su opinión, ¿hizo todas aquellas fechorías o hazañas por enriquecerse o por su patria?

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  • Gerardo Bartolome

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    Moreno murio en la pobreza, nunca hizo nada para ganar dinero. Incluso puso plata suya para construir el Museo de la Plata que nunca recupero. Hizo todo por la gloria y por su pais, pero sobre todo buscaba reconocimiento. Solo lo obtuvo despues de muerto. Ya contare esa historia.

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  • Tomás

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    UN verdadero HDP el tal Moreno.. «vivo» , pero la viveza se paga.

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  • VaP

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    Tomás, esta revista de viajes no es cuadrilátero para insultos y ajustes de cuentas. Otros foros más propicios podrá encontrar para desahogarse. No obstante, no borraremos su comentario, pues es a vd., en realidad, a quien envilece. Quede ahí, pues, como testimonio de su estulticia.

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  • Porfirio

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    Un real hijo de la gran puta el «perito moreno» De perito nada, de sinvergüenza y conchesumadre, todo.

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  • Curupi

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    Grande Don Pascasio, Grande Argentina.¡

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