Médanos de Coro, playas sin mar

Los cactus anunciaban una sed desesperada a un solo paso del Caribe. Junto al lugar donde bañan sus sueños los turistas, la naturaleza tropieza con los vientos del mar para formar una de las orografías más absurdas de Venezuela. Es una lengua de arena que no llega a la costa, que se queda sin playas, un desierto en miniatura, donde se supone deberían gobernar los cocoteros.

En los médanos de Coro no hay nada pues las dunas tiranizan el paisaje, lo absorben o lo entierran.

Llegamos como supongo que llegan todos al desierto caribeño: desubicados, sin saber cómo abarcar la soledad de arena. Habíamos imaginado el azul turquesa de las olas o el verde brillante de la maraña de árboles, pero no, allí sólo había un paseo plomizo bajo el sol alegre del trópico.

Este paisaje surge a lo tonto, cerca de la ciudad de Coro, uno de esos lugares coloniales que muestra todos los colores en las fachadas.

Decidimos grabar los médanos como se graba el mar, apuntando soledades, buscando encuadres que parecen el mismo.

Decidimos grabar los médanos como se graba el mar, apuntando soledades, buscando encuadres que parecen el mismo. Ascendimos dunas con el equipo de cámara y tuvimos la ocurrencia de montar la grúa para sublimar la nada. La grúa es un artilugio de tubos de aluminio, cables y unas cuantas pesas que hubo que trasladar a las crestas de arena. Queríamos así realizar un vuelo rasante por las dunas.

La cámara se elevó por el desierto porque desde el aire todo parece más ligero, pero lo cierto es que se nos atragantó la osadía en la garganta. Un rodaje sobre la arena es lo menos divertido que un cámara puede afrontar. El trípode pesa más con los zapatos llenos de arena, el polvo cubre el objetivo, no hay sombras donde resguardarse ni transporte posible. Además, suele pasar, se nos olvidó comprar agua y tuvimos que tragar una jornada de planos a palo seco.

No es el desierto más bello del mundo y desde luego no impresiona su tamaño, pero los médanos de Coro tienen una ventaja fundamental. A pocos kilómetros, uno puede sacudirse la arena en las aguas de cristal de los Cayos de Morrocoy.

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