La literatura nunca pasa por ti sin dejarte cicatrices. Lo que está sucediendo con mi viaje, todo el interés y el seguimiento que suscita, es muy bello pero también es alarmante. Empiezo a preguntarme qué está pasando. Es hora de mirarse en el espejo. “¿En qué te estás convirtiendo? ¿Eres realmente tú el tipo excesivo que proyecta Internet o es solo una caricatura que los demás pueden manosear a su antojo? ¿Aún puedes controlar esto? ¿Cómo está afectando al viaje y a ti mismo?” Todos los días recibo correos, mensajes, twitters… Gente que no conozco opina en los foros más variopintos. Para unos soy un crack, un tío estupendo, alguien que bebe cerveza y escupe tacos intoxicado de Redbull; para otros soy un sobrado, un prepotente, un símbolo al que aborrecer por lo que tengo, lo que hago o lo que escribo. ¿Esto es tener éxito? No lo sé. Yo solo quería escribir y contar historias.
No había blog que escribir. Entonces descubrí una luz y todo cobró sentido. Lloré en Tashkent y supe que lo había encontrado
Esta es una historia. Mi nuevo experimento es interesante, pero el ratón soy yo. En mi libro Un millón de piedras conté una transformación personal, absolutamente íntima. Nadie más que yo miraba mientras me enfrentaba a África. No había más que una moto, rocas, estrellas y un tipo inexperto que descubría con asombro que podía conseguir lo que antes le parecía imposible. Tengo guardado un texto precioso y secreto que un día ha de ser mi mejor libro; en él relato la travesía que poco después realicé por Asia Central y Oriente Medio. Allí tampoco miraba nadie. Salí sin visados, sin ropa adecuada ni equipo. Estaba solo ante la estepa, el polvo y la antigua Unión Soviética. Una moto con maletas de plástico, un traje feo y ningún patrocinador. No había blog que escribir. Entonces descubrí una luz y todo cobró sentido. Lloré en Tashkent y supe que lo había encontrado. No se lo conté a nadie más que a mi novia y a mi cuaderno.
Ahora es diferente. Me he convertido en hombre anuncio que publicita hasta cuando se rasca la nariz, que cuelga fotos como un poseso, que edita vídeos sin cesar y que responde todos los mensajes. Es algo nuevo para mí. También es interesante porque supone una metamorfosis. Otra más. Creo que en lugar de una vuelta al mundo y los exploradores olvidados, lo que de verdad estoy describiendo es el fenómeno de la transformación que supone convertirse en monigote virtual. Estoy viajando dentro de una urna de cristal LCD. Eso no sale gratis. De aquí va a salir una persona diferente. ¿Me preocupa? Claro, soy yo quien está en juego. Pero tampoco el temor debe frenarme ahora.
Ahora es diferente. Me he convertido en hombre anuncio que publicita hasta cuando se rasca la nariz,
Mucha gente se dará por aludida porque hablaré de lo que está pasando. Y es que se multiplican los blogs. Es como si viajar para contarlo se hubiera puesto de moda. Como si fuera algo que molase. Como si quien más seguidores, amigos virtuales o visitas en sus vídeos de Youtube tuviera fuera el más guay. Ya no se trata solo de recibir financiación por vía de sponsors. Eso es una excusa. Hay mucho de vanidad y de exhibicionismo. Es un circo. Una feria de egos. Pero como yo formo parte de ese circo no estoy autorizado a criticarlo aunque sí a retratarlo. No me saldrá gratis. Formar parte tiene su coste. Cada día recibo críticas, unos porque consideran más auténtico viajar en silencio, otros porque envidian mi brillo informático. Pero también me he convertido en una referencia real para muchos motoristas que sueñan con viajar y contarlo en blogs, revistas, libros, facebooks y tuiters. Me escriben, me siguen, algunos hasta buscan mi aprobación o complicidad.
Me da la impresión de que la mayoría de los que están planeando ahora mismo salir de viaje para cruzar África, recorrer América o dar una vuelta al mundo tienen en la cabeza el relato como prioridad. Casi más importante que la moto que van a llevar es si la Contour es mejor cámara que la Gopro. Pienso que alguien tiene que decirles la verdad aunque suene discordante o se gane enemigos. Yo asumo el enorme coste en tiempo, esfuerzo y vivencias que supone viajar para contarlo en directo porque yo ya viajé en su día para vivirlo yo y en exclusiva. Cuando crucé América, África, Asia Central u Oriente Medio no se lo dije a nadie, no lo publicité en ningún foro, no lo colgué en Facebook ni lo tuiteé por la sencilla razón de que no participaba en foro alguno, no tenía perfil en Facebook y lo de twitter me sonaba a nombre de perro. Ni se me pasó por la mente grabar vídeo y si las fotografías de Un millón de piedras son tan malas es porque me llevé una cámara de 5 megapixels que daba menos calidad que cualquiera de los teléfonos móviles con los que muchos leéis mis chorradas en la red.
Ese trajín impide vivir la verdadera transformación personal que supone sumirte de lleno en una aventura
Cuando comencé está vuelta al mundo transparente ya había rodado en solitario y en silencio durante varios años y por más de setenta países. Mi transformación ya estaba hecha. Era tiempo de hacer otra cosa. Intentar otro juego. Por eso estoy autorizado a comparar lo que supone viajar para uno mismo y lo que supone hacerlo para los demás. Y os puedo asegurar que hay una diferencia enorme, cataclísmica, total y absoluta. Si tengo que elegir, me quedo con viajar para uno y que le den por saco al resto. Otros os contarán milongas. Yo no acostumbro a hacer eso. Me acusan de ser un sobrado. Es cierto, lo soy porque digo la verdad aunque se rompa la vajilla. Contar un viaje, editar vídeos, escribir reportajes y contestar veinte mensajes cada día es divertido pero agotador. Realmente me emociono con la cantidad de amigos que mandan ánimos y llenan mis noches de risa gracias a sus comentarios. Ellos sí valen la pena. Sin embargo, lo cierto y verdadero es que ese trajín impide vivir la verdadera transformación personal que supone sumirte de lleno en una aventura.
El tiempo que se le dedica, el esfuerzo, la concentración, los días que no ruedas porque estás metido en un hotel escribiendo o editando vídeos, la cantidad de veces que paras en el camino para hacer fotos o grabar imágenes, las horas que pierdes contestando Twitters o subiendo posts… todo eso te aísla del mundo que recorres, te separa de tu propio yo sumido en el planeta. Es un precio terrible que algunos tal vez no sepan reconocer porque no han podido nunca comparar los dos modos de viajar, pero así es. Convertirte en cronista on line de tu propia historia cortocircuita la experiencia íntima. Probablemente os contarán otra versión. Tal vez dirán que me motiva algún tipo de envidia o de malquerencia. No es cierto. Yo puedo decir esto con total tranquilidad porque he demostrado que sé jugar bien con las dos barajas. No tengo quejas de mi “éxito” virtual. ¿Entonces cual es el problema? ¿Es que acaso no se trata de eso? ¿De destacar? Pues depende de lo que quieras en realidad. En mi opinión, no. No merece la pena si significa perder de vista el que creo debe ser el verdadero sentido de un gran viaje: regresar más sabio y cambiado. Regresar mejor.
Ahora dime tú cuál es tu verdadero objetivo cuando vayas a dar una vuelta al mundo. ¿Impresionar o aprender?