Jodhpur, India: la tierra de la muerte

Entonces, llegan a mis oídos notas musicales y una voz que comienza a cantar. A pocos metros de mí un joven, un niño apenas, ataviado con un traje tradicional toca el dirulba, un instrumento de cuerda. Lo acompaña con una letra que parece un lamento o, al menos, me transmitió melancolía.

El viaje

Un viaje a India, supone una oportunidad para viajar en el tiempo. O, al menos, para que nuestra mente lo haga y nuestra alma lo sienta. Con esa esperanza cargada en mi mochila llegué una mañana de agosto hasta Jodhpur, ciudad ubicada en pleno Rajastán.

Jodhpur es conocida como, la “ciudad azul”, aunque tiempo atrás era llamada “tierra de la muerte”. Me alojé en un hotel junto a la carretera principal. El centro de la ciudad es un cúmulo de sinuosas calles con la Torre del Reloj como punto de partida. El trasiego de gente es enorme, casi tanto como el de vehículos. La urbe te imbuye de su espíritu y al poco te encuentras cruzando calles, recorriendo bazares, saludando a quienes te preguntan de dónde eres y rechazando las invitaciones a entrar en los restaurantes. Las mujeres visten coloridos saris, mientras que los hombres se te acercan con sus hijos. No sabes muy bien si porque creen que un blanco puede bendecirles o porque no los suelen ver habitualmente.

Caminando llego al casco antiguo de la ciudad, un laberinto de calles cuyas casas, todas por igual, lucen sus fachadas de azul celeste. Paso a paso siento que me encuentro en un cuento de antaño, caminando sobre piedras y tierra, sonriendo a quienes desde sus ventanas observan el devenir del día. Algunos niños te siguen durante unas calles y corren cuando tratas de fotografiarles. Y todo, mientras el azul del cielo y las paredes parece abrazarte con su quietud, a la par que crees haberte asomando al siglo XVIII.

Los Jardines de Mandore

Tomé un autorickshaw y me dirigí a otro de los lugares que tenía anotados en mi agenda, los Jardines de Mandore. Los antiguos marajás de Jodhpur crearon esta zona ajardinada para su descanso. Para ello, mandaron construir un templo hindú, un monumento a los heróes rajput y un santuario. Lo que ayer era el sosiego de los poderosos es hoy el parque donde el pueblo llano, ese que en India duerme en humildes casas, en chozas o incluso en la calle.

Al día siguiente decidí emprender la ascensión del Fuerte de Mehrangarh. Alzada sobre una colina de poco más de cien metros, la fortaleza es la imagen y emblema de Jodhpur. Construido a finales del siglo XV, aún hoy pertenece al marajá de la ciudad y se enorgullece de jamás haber sido conquistado. Con sus murallas de más de 20 metros de altura, sus puertas, repletas de aristas punzantes para prevenir las descargas de elefantes, han soportado innumerables asedios e incluso una guerra de cincuenta años con el Imperio Británico. Pagué mi entrada y tomé una audioguía.

Algunos niños te siguen durante unas calles y corren cuando tratas de fotografiarles. Y todo, mientras el azul del cielo y las paredes parece abrazarte con su quietud

Tras cruzar la entrada principal, llama mi atención el grabado de una pared que muestra las palmas de varias manos. Y me aclara la grabación que representan a las doce viudas de un marajá. Muy desconsoladas debieron de quedar para arrojarse a la pira funeraria de su difunto esposo, en 1845. No quedo muy convencido de si lo hicieron voluntariamente, o fueron amablemente invitadas. Siguiendo el recorrido, uno tras otro, visito, el Palacio de la Perla, el Palacio de la Flor, el Palacio del Espejo y algunos más. Me cuenta la guía que las esposas del marajá vivían todas en un palacio cuyas ventanas están labradas con exquisitas celosías y detalles. De esta forma, ellas podían contemplar la vida fuera de palacio, pero no podían ser vistas. En un patio observo una mesa repleta de refrescos y un camarero junto a ellos. Me pregunto si serán para un grupo de visitantes, o para alguna recepción. Pero el camarero me pregunta si quiero algo y me explica que para los extranjeros son gratis. Al parecer, los foráneos pagamos una entrada muchísimo más cara y el marajá ha debido de pensar que bien puede recompensarnos con un refresco. Y debe de ser cierto, porque el camarero espanta rápidamente a unos turistas indios que habían osado mirar los zumos.

La canción del niño, el lamento

Supongo que todo viajero guarda un recuerdo que es el que se lleva consigo al regresar a su hogar. Un momento que resume el viaje y que al recordarlo tiempo después vuelve a transportarnos a ese lugar y a ese momento. En mi caso, al menos, suele ser así. Me acerque a las murallas del fuerte. Se ofrecía una maravillosa vista del lugar, bajo mis pies se encontraba la ciudad azul. En el horizonte, las llanuras dan paso al desierto del Thar, una tierra árida y llena tan solo de rastrojo. La tierra de la muerte la llamaban. Esos eran los parajes que atravesaban los mercaderes con sus caravanas de camellos, algunos para comerciar y otros para portar café y especias.

Y de nuevo uno recordaba el poder que sentían los marajas, dominadores de aquellas llanuras y de cuanto pasara por allí. Entonces, llegan a mis oídos notas musicales y una voz que comienza a cantar. A pocos metros de mí un joven, un niño apenas, ataviado con un traje tradicional toca el dirulba, un instrumento de cuerda. Lo acompaña con una letra que parece un lamento o, al menos, me transmitió melancolía. Y ese es mi momento, esa es mi fotografía. Pienso que pocas cosas han cambiado en esta parte de India. En Rajastán, uno muere donde nace. En el mismo pueblo, en la misma casta, en el mismo hogar y casi siempre sin un pan bajo el brazo. Pocas cosas puede uno hacer para cambiar lo que ellos entienden como su destino. Al contártelo sonríen y lo solucionan con un simple “quizás en la próxima vida”. Y pese a ello, viven, sueñan y comparten. Obligando al viajero a despertar, a sentirse vivo y a sonreír, que es el mejor de los saludos y la medicina del alma. Y al partir, al pensar en ello mientras vuelas de regreso a tu hogar, comienzas ya a pensar en volver, porque al final lo han conseguido. Han grabado India en tu alma.

El camino

Podemos tomar un vuelo directo a Delhi desde Madrid, y desde Delhi uno local hasta Jodhpur. Otra opción es chequear los precios de las lineas  aéreas finlandesas (Finnair), vía Helisinky, y de Lufthansa, que sueelen tener buenas ofertas. Mi consejo es que vayan por carretera a Jodhpur desde Delhi y descubran la fascinante vida que hay en torno a las carreteras indias.

Una cabezada

Durante mi estancia en Jodhpur me alojé en el Ajit Bhawan Hotel, construido en 1927. Muy recomendable. Fantásticas habitaciones y un restaurante que merece la pena. El precio podemos negociarlo un poco en temporada baja.

A mesa puesta

Dos recomendaciones. El restaurante del Ajit Bhawan Hotel. Fantástico tanto en cocina india como internacional. Y si deseamos un ambiente inolvidable, el Fuerte de Mehrangarh ofrece cenas al aire libre en su patio principal, a la luz de las velas y disfrutando de las estrellas y las vistas de la ciudad. Impresionante.

Muy recomendable

-Recomendar a todos los viajeros vivir la ciudad. Olvidarnos de los estándares occidentales, nuestras costumbres y disfrutar del viaje. Muchísima gente se nos acercará a preguntarnos de donde somos, a saludarnos, a fotografiarse con nosotros. Disfrutar la experiencia y vivir India.

Eduardo de Winter ofrece más información en: www.infoviajero.es

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