Lago Baikal: la perla de Asia

La primera vez que vi el Baikal me pareció extraordinariamente azul. Es tan azul que creo que cualquier otra cosa azul será a partir de ahora una versión azulada del Baikal. Es Inmenso, sereno y rodeado de montañas. Tiene forma de luna menguante y puede presumir de ser el lago más profundo del mundo

La mañana que habíamos previsto salir para visitar el lago Baikal se presentó nevada. Dudamos por un instante si merecía la pena el riesgo de conducir seis horas al volante en esas condiciones. Ninguno de nosotros se arrepentiría tras tomar la decisión de seguir adelante.

La distancia que separa Irkutsk del lago Baikal es de unos 70 kilómetros, pero nos dirigimos bastante más al Norte con la intención de alcanzar la isla de Oljon. En el trayecto cruzamos una de las ventiscas de nieve más severas que haya vivido nunca.

Había anochecido y el último ferry nos transportó a la isla de Oljon, apenas separada por un kilómetro y medio de la costa. No vimos a nadie en todo el trayecto hasta que alcanzamos un pueblecito recóndito en mitad de la isla: Khuzir.

 Tenía un talento innato para la música pero lo que ninguno de nosotros esperaba es que fuera un auténtico fan de Raphael

Entramos agotados y hambrientos al hostal Nikitas. Escuchamos un saludo mucho más afectuoso de lo que estábamos acostumbrados. Era Sergei, un tipo joven, sonriente con la barba arreglada y una mirada transparente. “Estáis en vuestra casa”, dijo, y nos ofreció sin pedirlo comida caliente y té. Devoramos aquel regalo balbuceando palabras de agradecimiento. Sergei es de esa clase de personas que ofrece ayuda sin abrumar y escucha con sincero interés cualquier relato que llegue de fuera. Más tarde nos contó las posibilidades del lago y propuso acompañarnos como guía por algunos rincones de la isla. Aceptamos con entusiasmo y como si aquel momento no fuera del todo mágico apareció Nikolai. Es un hombre de unos sesenta años que comparte con Sergei una reconfortante alegría vital. Nik, como le llaman allí, da clases de música en el pueblo y se animó a tocar el acordeón. Tenía un talento innato para la música pero lo que ninguno de nosotros esperaba es que fuera un auténtico fan de Raphael. Cantaba con un español impecable, sin atisbo de acento ruso, todo el repertorio de su ídolo y no sabía ni siquiera el significado de sus propias palabras. Se aventuró con éxito a entonar “digan lo que digan…” y nosotros le seguimos con palmas y un gesto unánime de asombro. A ritmo de Raphael, en este remoto pueblo de Siberia, nos fuimos a dormir.

Despertamos en la cabaña más acogedora y confortable que pueda imaginarse con ganas de recorrer la isla. De hecho, la noche nos había impedido ver aún el lago. En el desayuno nos esperaba Sergei con la misma sonrisa amable, ilusionado como un niño en día de excursión.

Es tan azul que creo que cualquier otra cosa azul será a partir de ahora una versión azulada del Baikal

La primera vez que vi el Baikal me pareció extraordinariamente azul. Es tan azul que creo que cualquier otra cosa azul será a partir de ahora una versión azulada del Baikal. Es Inmenso, sereno y rodeado de montañas. Tiene forma de luna menguante y puede presumir de ser el lago más profundo del mundo, alcanzando 1.637 metros hasta el fondo en algunos puntos. ¡Casi dos kilómetros de agua en vertical! Recordé mirando el lago las veces que mi padre me habló del Baikal admirado por otro dato sorprendente: posee una quinta parte del agua dulce de todo el planeta. Más: hay 1.600 especies endémicas de animales que incluyen las únicas focas que existen en agua dulce. Todo eso ahí, delante de nuestros ojos.

No nos fue difícil grabar el lago. La belleza de sus orillas facilitaba el trabajo y la cámara, con el permiso de Alfonso, sólo tenía que estar ahí mirando a cualquier parte. Paseamos por una playa desierta y gélida. Se acercaba el invierno y la arena estaba cubierta por una escarcha helada que la endurecía. Algunas estalactitas de hielo colgaban de las rocas próximas y las aves sobrevolaban los riscos verticales donde uno parecía que volvía a asomarse a los fiordos de Noruega.

 El clima es tan extremo en invierno que hasta las coníferas pierden el color verde y sus hojas caducan rendidas al viento siberiano

Recorrimos con Sergei la isla de punta a punta. El coche atravesó pequeñas charcas congeladas resquebrajando el hielo en mil pedazos y luego nos adentramos en un denso bosque de coníferas. El clima es tan extremo en invierno que hasta las coníferas pierden el color verde y sus hojas caducan rendidas al viento siberiano. Dejamos atrás el bosque amarillo para aventurarnos en un tramo donde la nieve lo había cubierto todo. Eran caminos tortuosos, con rampas heladas, rocas y socavones que nos hicieron saltar del asiento más de una vez. Aquel sendero había conocido pocos vehículos.

Aparcamos el KXR donde termina cualquier posibilidad de avanzar en coche y anduvimos un buen tramo hasta la última cumbre. Era el final, el extremo Norte de Oljon. En ese punto se ha establecido una especie de altar con un montón de piedras como señal de aquellos que alcanzaron ese lugar.

Al día siguiente, Sergei se apuntó sin dudarlo a nuestra segunda incursión por la isla. En el camino atravesamos una pequeña aldea de pescadores. En realidad eran tres casitas de madera, posiblemente familiares, apartados del mundo pero con un lago para ellos solos en muchos kilómetros a la redonda.

Buriatos significa “traidores” en la lengua mogola de Gengis Khan. Fue el propio emperador mongol quien gentilmente les buscó el nombre por haber desafiado su autoridad.

Nos había interesado especialmente la historia de los buriatos o buriets cuyo nombre significa “traidores” en la lengua mogola de Gengis Khan. Fue el propio emperador mongol quien gentilmente les buscó el nombre por haber desafiado su autoridad. Expulsados de Mongolia alcanzaron este gélido oasis que habitan hasta el día de hoy.  Viven en la isla desde hace siglos. De hecho la República de los Buriatos abarca desde la frontera ruso-mogola hasta la orilla sur del lago. Se iba a celebrar una boda en una pequeña localidad poblada por estos pobres traidores, pero no nos dejaron asistir para grabar el evento.

No importaba, el resto de la isla estaba a nuestra disposición. Lo mejor de Oljon es que no hay muchos caminos convencionales. El coche nos permitía subir lomas desde donde se apreciaba el Baikal entre montañas blancas o cruzar un antiguo gulag, uno de esos campos de concentración adonde la Unión Soviética deportaba a sus presos políticos. Hoy sus restos forman una aldea solitaria en la que viven los descendientes de algunos condenados.

Elegimos uno de los lugares más alejados del mundo, asomados al agua dulce del lago que no tardará en congelarse.

Elegimos uno de los lugares más alejados del mundo, asomados al agua dulce del lago que no tardará en congelarse. Encendimos un fuego y compartimos con Sergei un manjar también endémico de aquel lugar. El omul es un pescado exquisito que degustamos mientras aquel ruso alegre nos hablaba del misticismo del Baikal. Sergei es un hombre muy religioso, ortodoxo y aspirante a santo en vida. Disfrutaba del lago y según nos contó llegó a adquirir cierta complicidad con aquel lugar, una serenidad que al parecer le impedía malgastar su tiempo con un mal gesto. Jamás se enfadaba el bueno de Sergei. Lo cierto es que el misticismo de la isla está representado por todas partes. Vimos telas de colores colgando de los árboles y unas especies de tótems con aire espiritual. La influencia de los chamanes, los buriatos, los ortodoxos e incluso los budistas han dejado su huella por toda la isla. La simbología en medio de la naturaleza sí tiene algo de místico.

La mañana en que dejamos la isla, Sergei nos despidió en una diminuta ermita ortodoxa. Rezó por nosotros y nos deseó suerte. A los tres nos costó abandonar aquel lugar. Oljon era antes un punto frío en el mapa. Hoy pensar en la isla es recordar con cariño el misticismo de Sergei, el sonido alegre de los acordeones y la magia del lago azul Baikal.

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