Estábamos en medio del desierto de Judea, en pleno mes de julio, visitando la ciudad habitada más antigua del planeta. El agua da vida a los árboles frutales, al comercio, a la vida, en este desierto insoportable, donde todo es arena y sol.
Es el lugar donde brota el amor de los dioses y el odio de los hombres. Es la ciudad de las ciudades, laberinto de credos, origen de todo lo que somos. Es la muralla que contiene la guerra santa, el canto triste de los muezzines, los fusiles de asalto y el Huerto de Getsemaní.
Hoy apenas quedan veinte personas paseando frente a las aguas verdes y azuladas de la playa de Tean. Hay algunas casitas modestas entre la vegetación, donde viven algunos ancianos que vieron partir a sus hijos.
Un Buda gigantesco irrumpía entre los arrozales. Nada parecía explicar por qué emergía precisamente allí, una figura dorada de 92 metros de alto. A la sombra de ese Buda trabajan a diario los campesinos de la provincia de Ang Thong, sobrecogidos por las dimensiones de una de las 10 mayores estatuas del mundo.
Por:
Daniel Landa (Texto) D. Landa y Yeray Martín (Fotos)
Uno tiende a regresar a los lugares alegres con cara de bobo. La nostalgia de volver a Bangkok estaba distorsionada por aquellas noches de fiesta inagotable, aquella juventud que ahora añoraba al pasear el barrio de Sukhumvit Road, 15 años después.
¿Quién quiere salir a dar una vuelta? Hoy quiero volver a compartir este vídeo, una idea para ventilar el verano con encuadres remotos, con destinos al alcance de un mapa.
Las casas encaladas eran amplias. Las puertas estaban decoradas con dibujos de colores. Una anciana daba vueltas a un cilindro enorme, forjado para la oración en la cultura budista tibetana.