Imaginen un lugar en donde hay sólo sol, mar azul, canto de chicharras en verano, algunos viñedos y un restaurante, Tsiribis, en donde mi amigo Dimitris, el dueño, invita a cualquier español que llega a un vaso de vino y, al atardecer, si le cae bien, le recita en griego clásico el comienzo de La Odisea.