Comprendí, en un volantazo epifánico genial, que la Vida va de eso, de estar vivo en cada instante, de, como los niños y los caracoles, ir despacio sin correr a ninguna parte siguiendo el tempo que marca la música, sin anticipar ni esperar, sin desmarcarse ni destacar, entrar en el flujo, sencillamente, y luego echarse a volar.