Una pequeña ínsula de tres kilómetros de longitud por 400 metros de ancho. Un pequeño trozo de tierra perdido en medio del océano Índico que, sin embargo, es Patrimonio de la Humanidad desde 1991.
Hay ríos glaciares, aguas tintadas en la cuenca del Amazonas, hay ríos que surcan valles imposibles en México. Algunos arrastran menos lírica y se tornan salvajes, otros cruzan desiertos para recordarnos que sin ellos sólo hay una muerte de arena.
Hoy, Bosnia-Herzegovina, trata de sacudirse el polvo de las cenizas de su historia.
Caminar por las calles del centro de Sarajevo es traer a la memoria, inevitablemente, los recuerdos más inmediatos en el tiempo.
El escenario es terrible y patético. Familias enteras por los suelos, hombres en camiseta tirados por la cubierta con la mirada perdida por la incomodidad y el aburrimiento. Cansancio curado a base de paciencia de siglos. La paciencia infinita de los pobres de este mundo.
La infame pista se encabrita cada vez más culebreando por el verdor del bosque tropical. Te agarres donde te agarres, el cuerpo brinca como si lo estuviesen centrifugando. La humedad se mastica y el sudor es tu compañero de viaje desde hace un rato. El zangoloteo del todoterreno es, sin embargo, una de las incomodidades más gozosas que recuerdo.
"Colinas que arden, lagos de fuego" sale mañana a la venta. VaP ofrece hoy a sus lectores un adelanto del regreso a África del maestro de la literatura viajera.